30 junio 2006

Londres 18: Shakespeare’s Globe Theatre

Tenía que ir, era otro de los lugares de peregrinación que me esperaban en Londres. Todo el mundo me decía que fuese a ver un musical, que hay muchos y muy buenos. Pero yo quería una obra del Bardo, y la quería en el lugar más emblemático. Y ha sido increíble.

El Shakespeare’s Globe Theatre está en Southwark, casi en las orillas del Támesis, muy cerca de la ubicación del Globe original. El edificio primigenio desapareció a mediados del s XVII, pero en los noventa construyeron una reproducción casi idéntica con el objetivo de representar obras en general y de Shakespeare en particular. Tiene planta circular con el escenario en un extremo del círculo, cuenta con tres anfiteatros equipados con sillas de madera, y el patio es a cielo abierto y no tiene sillas. Lo dicho, es una réplica fiel, los que cogen entradas de patio tienen que ver la obra de pie como los curritos isabelinos. Como ventaja, comentar que es desde donde mejor se ven las obras, y que la entrada tiene un precio tremendamente asequible de 5 libras. Cómo no, yo fui uno de los groundlings.

La obra elegida fue Antony and Cleopatra, el Globe estaba haciendo un ciclo monográfico de Roma. La representaba la compañía de la casa, para la que sólo tengo elogios, son todos increíblemente buenos, desde los protagonistas hasta los secundarios con dos líneas de texto, simplemente lo bordan. Siguiendo con la fidelidad a la época emplearon vestuario inspirado en el que se usaba en tiempos de Shakespeare (así, eran unos actores disfrazados de actores isabelinos disfrazados de egipcios y romanos). Las limitaciones de época también se mantuvieron para la música (coro y músicos en riguroso directo, ni un instrumento moderno) y para los efectos especiales (todas las puñaladas, miembros arrancados y sangre manando a borbotones se lograban básicamente con un poquito de prestidigitación). Todo esto hizo que la experiencia fuese doblemente maravillosa, excelente como obra de teatro y excelente como recreación del teatro de hace cuatro siglos.

Nada de lo que pueda decir será suficiente para expresar de forma fiel y completa lo que he vivido hoy. Por una vez, las palabras no bastan. Hay que ir.

29 junio 2006

Londres 17: The Natural History Museum

Aunque mis planes originales para hoy eran otros, me he levantado poseído por el espíritu de Ross Geller, así que después de corregir los exámenes y transmitir las buenas o malas noticias a las interesadas he cogido el petate y me he dirigido al Museo de Historia Natural.

El edificio es simplemente una maravilla, fue construido en tiempos de la reina Victoria específicamente para albergar este museo y tiene unas proporciones colosales, pero no por funcional deja de ser bonito. La única pega que le veo es que le han enchufado un anexo horrendo que es un cáncer en el conjunto arquitectónico y al que intenté no mirar con demasiada atención para evitar la tentación de tirarle piedras.

La verdad es que la mayor parte de las exposiciones están concebidas para estudiantes de secundaria, con lo que muchas veces no me resultaban ni curiosas ni sorprendentes, pero he de reconocer que están muy bien planteadas y que de vez en cuando me encontraba con algo nuevo que me hacía pararme. Cómo no, en la sala en la que pasé más tiempo fue en la de los dinosaurios, tanto por lo interesante de la exposición como por la cantidad y calidad de los fósiles (tienen una buena cantidad de esqueletos completos y de piezas en excelente estado de conservación, da gusto verlos).

Eso sí, el frikismo me pudo y lo que más me fascinó fueron los fósiles de la Edad de Hielo, pero no por las películas de animación (que también) sino por La Canción de Hielo y Fuego. Me he encontrado con bastantes de los monstruos de las novelas, entre ellos los mamuts, los ciervos gigantes, los lobos huargos... y los dragones, claro (bueno, los primos pobres que no escupían fuego pero que te podían tragar entero igualmente).

Aprovecho para romper una lanza en favor de los historiadores, sobre todo en honor a Roi E. Los celacantos existen, he visto uno, por una vez no nos han colado una truja. A no ser que se tratase de una excelente falsificación, nunca se sabe...

28 junio 2006

Londres 16: Piccadilly

En una jornada inicialmente dominada por la apatía, y sin ganas de hacer nada que requiriese el más mínimo esfuerzo mental, he optado por rendir culto al dios Consumo y visitar la zona de tiendas. Como siempre, presupuesto limitado, apenas he comprado nada y casi todo fueron cosas que me han pedido (Niñas, mira que tenéis caprichos caros... ¡que también tengo que comer!).

Inicié la visita en la zona arquetípica comprendida por Leicester Square y Picadilly Circus. Como era de esperar estaba todo abarrotado de turistas, con el añadido de que hoy era el estreno de alguna película y Leicester Square estaba invadida por adolescentes y policías. Después de hacer el provinciano un poco por allí, asombrándome de lo grande que es todo, enfilé Piccadilly para dejarme la pasta. Hice varias paradas, pero dos de ellas me gustaron especialmente.

La primera fue Fortnum & Mason, que es una especie de supermercado de lujo. Allí tienen de lo bueno lo mejor, toda clase de delicias comestibles y bebibles, un mundo de tentaciones que sólo se pueden vencer atándose a un mástil o llevando el dinero justo. Además de vender toda clase de delicatessen también disponen de una cafetería y de un restaurante, a los que ya ni me aventuré a entrar contando con que el maître me iba a largar por no llevar corbata. Al pasar por la sección de bombones y chocolates casi me dan ganas de llorar de lo rico que parecía todo y de lo prohibitivo de los precios. Por cierto, Fortnum & Mason son proveedores de la Casa Real, y no me extraña... si yo tuviera la pasta que tiene la Reina comería allí todos los días siete veces.

La segunda fue Hatchards, una librería de cinco pisos con muchísima solera. Destaca porque, así como en las demás librerías tienen los bestsellers siempre muy a la vista, allí no se les da un tratamiento especial, están en su sección correspondiente dentro del orden alfabético, ni Brown ni Rowling tienen privilegios en Hatchards. El frikismo está, como era de esperar, en el sótano, y no tienen un stock excesivamente amplio. Supongo que será porque son demasiado respetables y no quieren que se les llene el local de melenudos todos los sábados. En cambio, de otros temas como política, historia o arte tienen infinidad de volúmenes, lo dicho, cinco pisos. La distribución de las salas tiene un punto algo laberíntico, ya que en vez de ofrecer grandes espacios han confiado en pequeñas secciones muy especializadas que requieren plantar tabiques por todos lados. Uno puede acabar un poco desorientado, pero tampoco es necesario conocer el secreto del Finis Africae para salir de allí. También son proveedores de la Casa Real y lo muestran orgullosos mediante un escudazo de la Corona ubicado cerca de la entrada, pero afortunadamente sus precios son los normales y se puede comprar allí sin sufrir una hernia de cuenta corriente.

Por cierto, hoy he descubierto una fórmula mágica para la felicidad: “Veg Thai All You Can Eat”. Llevaba varios días pasando por delante de un restaurante tailandés de Angel, y hoy fue el día elegido para visitarlo. Iba con intención de pillarme un menú del día o algo así, y grande fue mi sorpresa al comprobar que me ofrecían buffet libre por cinco libras. No pude decir que no. Nunca había probado la comida tailandesa, y aproveché esa oportunidad de oro para picar de todos y cada uno de los platos del buffet, resultando todos deliciosos. Me sorprendió muchísimo la enorme adaptabilidad de la soja, reconozco que es un sustituto perfecto de la carne y además me queda la conciencia tranquila porque, aunque he comido hasta reventar, todo ha sido comida sana.

El pub del día es The Horniman at Hay’s. Está en Southwark, frente al HMS Belfast, y cumple con todos los requisitos para ser calificado como un buen pub. Lo que lo hace distinto al resto es el ambiente, sobre todo a partir de las cinco, ya que es uno de los locales a los que van los trabajadores de la City al terminar la jornada y está absolutamente atestado de ejecutivos y profesionales. Esto no lo convierte en absoluto en un pub pijo ni en un pub caro, simplemente tiene otro rollo distinto.

27 junio 2006

Londres 15: El Museo Británico (y IV)

Todo lo bueno se acaba, y aunque el British Museum es grande también se acaba. Últimas salas para hoy.

La de China está bastante maja, tiene cantidad de porcelanas y maderas lacadas preciosas, a mi madre le encantaría pasarse por aquí. Lo malo de la sala de China es que tiene muy poca variedad, vamos, tiene infinitas variedades de porcelanas, pero de cualquier otra cosa apenas alguna muestra suelta.

La sala de América me resultó mucho más amena, desde luego. Especial mención a la sección de objetos cotidianos de los indios de los EEUU y Canadá, tanto por su capacidad de desmentir topicazos... como de confirmarlos. Va a resultar que las pelis de vaqueros tenían una base de verdad. Destacar también la parte dedicada a los mayas, que eran unos tíos muy desagradables y han dejado unos restos arqueológicos que dan muy mal rollo. No me extraña que se extinguieran si iban en semejante plan sanguinario y autodestructivo por la vida. Un apunte para los del Comando Munnin: la Calavera de Cristal del British Museum es declaradamente falsa, ya decía yo que no oía voces ni nada.

Y hasta aquí el Museo Británico. Me quedo con la sensación de que Londres se ha quedado coja, espero encontrar pronto algo que me entusiasme aunque sea la mitad. Cruzo los dedos.

26 junio 2006

Londres 14: El Támesis

Las guías turísticas afirman que el Támesis es el eje en torno al que gira la vida de Londres, que es una vía de comunicación clave, que es el alma de la ciudad. Ni de coña.

Como soy turista me acerco casi a diario al río, ya lo voy teniendo muy visto y puedo aseguraros que todas esas afirmaciones son como mínimo exageraciones. Los londinenses pasan muy mucho del río, tienen cosas mejores que hacer en el centro y le dan la espalda. Los edificios suelen acabar tocando el agua directamente, hay pocas avenidas a la orilla del río y los únicos que pasean por allí son visitantes. Con los barcos pasa lo mismo, son meras atracciones turísticas y ningún inglés en sus cabales los utilizaría habiendo autobuses o metro. El río es una barrera, un obstáculo que hay que salvar. Y para salvarlo están los puentes.

Otra que nos intentan vender es que los puentes del Támesis son joyas arquitectónicas. Pues para nada. El único que se salva en ese sentido es el Tower Bridge, que sí que es bonito y da gusto verlo. El resto son simples soluciones urbanísticas para llegar de un lado a otro, y en ese sentido funcionan muy bien, ya que dan salida al tráfico de vehículos y peatones con gran fluidez. Casi nunca he visto atascos en las calles cercanas a los puentes, salvo precisamente en la zona del Tower Bridge (a fuerza de ser bonito es poco práctico). Funcionales sí que son, pero también son feos como un pecado.

Como río tampoco suele resultar nada espectacular. Hay que reconocer que para pasar por semejante urbe lo tienen muy bien cuidado, pero el hecho de que arrastra todos los lodos de las llanuras inglesas le da un color pardusco que desde luego no invita nada al baño. Hubo un momento, al final de una tarde soleada, en que el brillo del agua le dio un aspecto muy distinto, casi hermoso, que realzaba toda la ciudad... pero me temo que momentos como ese son infrecuentes o incluso raros por aquí. Eso sí, por las noches es un placer darse una vuelta por sus orillas.

La verdad es que hoy no tenía pensado recomendar pub alguno, pero qué diablos, ahí va este. Se llama The Spanish Galleon, está en Greenwich y, aunque no es nada del otro mundo, tiene la particularidad de que afirman ser los decanos entre los fabricantes de cerveza ingleses. Evidentemente sirven las ales que fabrican ellos mismos, la más coñera de ellas la Spitfire (“The Bottle of Britain”). Este va por la frikada.

25 junio 2006

Londres 13: Tate Gallery (I)

Para variar, esta vez ha tocado arte en vez de historia. Ha sido una visita bastante incompleta, hecha de prisa y corriendo, pero ha estado muy cundida igualmente. De hecho, ha sido incompleta dentro de la incompletitud porque la Tate Gallery tiene varios edificios repartidos por Londres y sólo he llegado a ver una parte (bastante grande, eso sí) de uno de ellos, el Tate Britain, donde como os podéis imaginar se exhiben las obras de diversos artistas británicos de los últimos cuatro siglos.

Entré en el museo con un desconocimiento casi absoluto de la pintura británica, y aunque la verdad sigo sin controlarla por lo menos ya me voy haciendo una idea. No sé si será por llevar la contraria, como siempre, pero así como los grandes maestros reconocidos (Turner, Constable, Whistler) me dejaron bastante indiferente, disfruté mucho con gente de la que nunca había oído hablar o de la que tenía escasísimas referencias. Sin duda el autor que más me gustó fue Waterhouse (el favorito de los góticos, mujeres muertas o depresivas en todos los cuadros), y también me llamaron la atención Sargent (un retratista victoriano que se dedicó a innovar bastante en la composición del retrato), Millais (un prerrafaelista arquetípico, excelente en el detalle) o Solomon (sólo tiene dos cuadros expuestos, pero hacen que uno llegue a emocionarse viéndolos).

Y aunque el arte moderno nunca me ha llamado demasiado la atención (salvo honrosas excepciones), me pasé por esa sección de la Tate Britain a ver si me llevaba una sorpresa... y me la llevé. Mi más encarecida recomendación para las obras de Heartfield, un fotógrafo de los años 30 que se dedicaba al fotomontaje y a la propaganda política. Espero tener tiempo para volver a la Tate en general, no me importaría en absoluto darle un repaso en profundidad a la obra de Heartfield.

El pub del día es The Gun, en Spitalfields. Antes de venir a Inglaterra tenía una idea preconcebida de cómo sería el pub tradicional arquetípico, y resulta que esa imagen mental tenía una realización física llamada The Gun. Estupendo en todos los sentidos, con dos bonuses: un magnífico sunday roast, y una decoración basada en grabados de militares de época. A must.

24 junio 2006

Londres 12: Camden

Yo creía que no me gustaba ir de tiendas. Pues hoy he ido de tiendas sin intención de comprar nada, la máxima expresión del concepto “ir de tiendas”... y lo he disfrutado. Cousas veredes.

Ante todo os hablaré de los dos Camdens. Resulta que la información sobre el mercadillo de Camden es aparentemente contradictoria, pero no es así, lo que ocurre es que hay dos. Primero fui al de Camden Passage, que tiene lugar precisamente en el municipio de Islington (a un tiro de piedra del piso... bueno, igual hace falta usar una catapulta). No es muy grande, ocupa una de las calles laterales a Upper Street (la calle principal de Islington, a estas alturas ya me la sé de memoria) y su especialidad son las antigüedades. La verdad es que tiene su encanto, hay cosas muy curiosas y aconsejo su visita. Pero el bueno de verdad resultó ser el otro.

No es que Camden Town tenga un mercadillo al aire libre, es que tiene varios, y se extienden hasta donde alcanza la vista fundiéndose en un megamercadillo donde hay de todo. Y cuando digo de todo es que es de todo, los puestos alcanzan un grado de especialización inimaginable. Hay tiendas de ropa y complementos para punks, para góticos, para cyberpunks, para toda tribu imaginable. Hay una tienda de cosas hechas con placas base o con apariencia de placas base (lámparas, bisutería, alfombrillas... de todo menos placas base de verdad). Las camisetas disponibles no tienen fin, hay de Transformers para Jose, de parodias de Puma para Roi, de “Elegí un mal día para dejar de esnifar pegamento” para Juampa, de tarantinadas varias para mí... por desgracia o por fortuna llevo el presupuesto muy ajustado, porque me podía dejar una pasta en frikadas.

Mi intención de ver y no comprar se vio absolutamente frustrada por los puestos de comida. Podría venir todos los días del mes a Camden y probar cada día las especialidades de un país distinto. Además de los países estándar hay representación de lugares como Chipre o Indonesia, incluso de Inglaterra... pero, curiosamente, no de España (total pa qué). Sin duda el mejor reclamo que pueden tener estos puestos son los olores, te invaden desde metros de distancia... ¡incluso los puestos de zumos tienen un delicioso olor a frutas frescas! Acabó cayendo la que creo es más exótica de todas, comida de África Occidental (siempre con Ghana).

Y siguiendo con la no-tradición de ir de parques el sábado acabé pasando por Hampstead Heath, uno bien grande que hay al norte de Camden. Este es un poco más agreste que Hyde Park, lo que automáticamente lo hace más apetecible para mí. En vez de ser llanito abarca varias colinas, y de hecho goza de unas excelentes vistas de toda la ciudad. Además tiene varias lagunas que no son sólo de postureo, ya que se permite el baño, la pesca y dar de comer a los patos (eso sí, siempre siguiendo las normas establecidas, que seguimos en Inglaterra). Una excelente opción para una tarde de absoluta vagancia.

El pub de la jornada ha sido The Garden Gate. Está situado a la entrada de Hampstead Heath, cerca de la estación de tren, y aunque en sí es un pub como los demás me ha llamado la atención su clientela. Supongo que será que estoy acostumbrado a lidiar con la gente de Islington y que los de Camden son diferentes, que cada municipio es un mundo y sus habitantes tienen costumbres distintas. A pesar de que había partido en la tele no se apreciaba el nivel de hooliganismo más o menos acentuado de otros pubs. La gente estaba más o menos atenta al juego, pero en general sin grandes demostraciones de fervor, tomándose su cervecita con tranquilidad, charlando, leyendo periódicos o jugando a juegos de mesa (es la primera vez que los veo en un pub, por cierto). Si no fuese porque me queda bastante a desmano acabaría volviéndome asiduo.

Por cierto, que los pubs son tan importantes para los ingleses que en las paradas del autobús indican el nombre del principal pub de la zona. Como me parecía bastante extraño intenté racionalizarlo y llegué a la conclusión de que era al revés, de que le ponían a los pubs nombres relacionados con su ubicación. Pero tras varios días de minuciosa observación he llegado a la conclusión de que no, de que efectivamente el pub es referencia necesaria y debe ser indicado en las paradas. A ver si aplican lo mismo en Vigo, que me haría gracia ver la parada “Gregorio Espino – Casanova”.

23 junio 2006

Londres 11: Greenwich

Greenwich es un barrio londinense situado al sureste de la ciudad, en la orilla sur del río. Y si hay un adjetivo idóneo para describirlo, ese adjetivo es “cuco”. Las casitas con sus jardincitos, las tiendecitas y los parquecitos, es un ambiente que obliga a usar el diminutivo. Dan ganas de irse a vivir allí y morir de una diabetes fulminante.

El cuquismo de Greenwich se ve roto por la Universidad, un impresionante campus ubicado en las antiguas instalaciones de la Academia Naval. Enormes edificios históricos, césped a tituplén, decoración naval en el interior y el río al lado. Es curioso, porque a pesar de la imponente apariencia aristocrática de los edificios resulta que es una de las universidades menos pijas. Estoy por enviarles mi currículum a ver si también cuela y me puedo hacer un semestre de invitado, de lector o de bedel.

Evidentemente también le he echado una ojeada al Observatorio, donde se han encargado de echar por tierra la definición de meridiano. El meridiano 0 ya no es una línea imaginaria, puesto que han instalado un cañón láser que la convierte en una línea real, una siniestra línea verde que cruza el cielo por la noche.

Greenwich es el sitio al que hay que ir para probar la auténtica comida inglesa. Todos los platos de los que siempre había oído hablar pero no había conseguido encontrar en la ciudad están disponibles en los muchos locales de la zona comercial, y a precios tremendamente asequibles. Por desgracia se me hizo tarde para probar siquiera alguno de ellos, pero algún día que esté cerca de allí y lleve hambre atrasada me pasaré para pegarme la gran cuchipanda al estilo inglés.

Por último, el pub recomendado. Se llama The Gipsy Moth, está pegado al muelle donde está atracado el Cutty Sark, y como terracita veraniega no tiene parangón. Eso sí, estaba petado y probablemente lo esté siempre, se recomienda paciencia y resignación a los posibles visitantes. Allí probé el famoso Pimms, pero no me entusiasmó demasiado, en mi vida he visto nada que se pareciera más a una vulgar clara...

22 junio 2006

Londres 10: El Museo Británico (III)

Tercera visita, y supongo que penúltima, al que se ha convertido con diferencia en mi lugar favorito de Londres. No sé qué voy a hacer de mi vida cuando ya lo haya visto todo, igual acabo viniendo sólo para tomarme unos cafés y darle repasitos a cosas. O igual debería darle una oportunidad a otros museos, digo yo.

En cualquier caso, empecé la sesión donde la había dejado la última vez, en la Edad Media. Como era de esperar me harté de ver Cristos en todos los formatos posibles, pero a pesar de todo reconozco que las piezas que más me gustaron fueron de arte religioso. Se trata de las Tring Tiles, una colección de baldosines pintados en los que se pueden ver numerosas escenas de la vida de Jesús cuando niño. Lo verdaderamente maravilloso de estas obras es su carácter absolutamente blasfemo, se ve que al autor le encargaron que hiciera una serie con esta temática pero que no hay mucho que contar, así que... empezó a inventárselo todo. Las Tring Tiles nos muestran a un Jesusito bastante gamberro y con muy mala fama entre los vecinos, que se ve envuelto en bizarras situaciones (muchas veces provocadas por él mismo, y que no es raro que acaben con gente muerta) y que termina por solucionar a base de milagros. En resumen, es como Zipi y Zape pero con superpoderes.

En la Biblioteca del Museo me encontré una estupenda sorpresa. Allí, donde nadie va nunca a ver, tienen el making of del museo. Es una especie de exposición en la que se tratan temas como las exploraciones, los inicios de la arqueología, los procedimientos de clasificación... y el descifrado y traducción de textos en idiomas ignotos. En esta última parte (aunque fue la primera que fui a ver, claro está) tienen una de las reproducciones de la Piedra de Rosetta, de las que hicieron para repartir entre los eruditos del mundo entero a ver si eran capaces de descifrarla. Pero la tienen sin protección y con un cartelito que dice “Please touch”. Nunca creí que me fuese a proporcionar semejante placer morboso acariciar una piedra.

Allí tienen también una pequeña sección dedicada a fósiles y minerales. Es muy pequeña, pero tiene unas piezas tan estupendas que hacen pensar que, si lo que guardan allí son las sobras, lo que exponen en el Museo de Historia Natural tiene que ser la bomba. Otro que me apunto para próximas visitas.

De esta vez también me he dado un rule por las secciones de Japón, Corea y África. Las tres son muy pequeñitas (de hecho la de Japón estaba en reformas, así que sólo había una muestra de una docena de piezas en exposición en otra sala) y no hay demasiado que destacar de ellas.

La última cosa con la que me quedé antes de irme es que cerca de la entrada a la sección de América hay un moai (una de las cabezas de piedra de la isla de Pascua, para los que no dominen las lenguas polinesias). Vale que es uno de los pequeñitos, tendrá unos dos metros de altura, pero coño, que es un moai. Hay que tenerlos cuadrados para traerse semejante bicho de las antípodas en un barco de vela, mi admiración por los navegantes británicos sigue creciendo por momentos.

21 junio 2006

Londres 9: Whitechapel

Ante todo, la aclaración para los no frikis. Whitechapel es un barrio del East End muy próximo a la City, sin nada especialmente destacable salvo su oscuro pasado: fue la zona donde Jack el Destripador cometió sus crímenes allá por 1888. Por eso he ido por allí antes que a otros sitios más famosos o potencialmente interesantes para el público en general, por mero interés morboso y por afición a Alan Moore.

Dado que se me había advertido sobre la mala fama del barrio en la actualidad, y que no conseguí encontrar información clara para orientarme por allí, opté por apuntarme a uno de los paseos guiados que se ofrecen a los turistas, para ir en grupo y con alguien que supiese por dónde pisaba. ¿Y quién resultó ser mi guía? Uno de los Yeoman Wardens, vestido de paisano y en su tiempo libre. Le imprimió a la visita el mismo tono instructivo y humorístico que le dan a las de la Torre de Londres, y además trajo material adicional para ir rulándolo entre los del grupo (fotos, dibujos, recortes de prensa de la época, monedas, etc), con lo que la visita ganó muchos puntos. Me ha gustado especialmente el planteamiento sobre las teorías de quién pudo ser Jack the Ripper, basándose en hechos y dejando de lado la mayor parte de las teorías conspiranoicas y místico-festivas; tendré que releerme From Hell desde este nuevo punto de vista.

El barrio en sí no ha cambiado demasiado desde finales del XIX. Calles estrechas, edificios viejos de ladrillo rojo (nótese la diferencia respecto a “edificios antiguos”), basura tirada por el suelo, ratas, peña chunga... justo lo que todos esperábamos. Muchos de los sitios donde tuvieron lugar los hechos luctuosos se conservan casi tal cual, lo que le da muchísimo encanto... una pena no haber hecho la visita de noche, habría sido un puntazo. Pero algunas cosas han cambiado, claro. Los edificios restaurados valen una millonada y sólo vive gente con posibles en ellos, y Brick Lane ya no alberga fábricas sino infinitos restaurantes indios. Me quedé con las ganas de tomarme una birra (o mejor, una ginebra, que es lo suyo) en el Ten Bells, pero bueno, ya lo tengo localizado así que acabará cayendo tarde o temprano.

Siguiendo con las historias de terror londinenses, aprovecho para hablar sobre el metro. Es curioso que con lo bien organizado que está todo por aquí el Underground sea simplemente desastroso. La mitad de los trenes necesitan un par de reparaciones, y la otra mitad que los jubilen. Las estaciones están en un estado deplorable, desde luego no invitan a quedarse allí para nada. Y el servicio, además de caro, es deficiente, hay una incidencia grave cada día como mínimo y no es la primera vez que tengo que rehacer rutas por ese motivo. Pero lo que más me mosquea es algo que ya me ha pasado dos veces: en un momento dado un tren puede pararse en medio de la nada, durante un minuto más o menos, durante el cual se oye una puerta que se abre y luego se cierra. ¿Habrá estaciones secretas, sólo conocidas por miembros de extraños cultos o por razas subterráneas? Empiezo a comprender por qué Neil Gaiman escribió Neverwhere...

20 junio 2006

Londres 8: El Museo Británico (II)

Segunda visita al British Museum, y no será la última. Inevitablemente, lo primero que hice fue volver a adorar la Piedra de Rosetta, que queda muy a mano de camino para terminar con la colección egipcia. Destacables las muchas versiones en distintos formatos del Libro de los Muertos, preciosas a la par que instructivas, ya estoy listo para entrar a la otra vida por la puerta grande.

Grecia ha sido un poco decepcionante, los tan cacareados frisos del Partenón están en un estado lamentable y son tremendamente repetitivos. La verdad es que bien se los podían devolver a los griegos, porque no les lucen nada. En cambio, los trocitos del Mausoleo de Halicarnaso que tienen en exhibición resultan bastante imponentes. Como suele pasarme, lo que más me llamó la atención de toda esta sección era la parte en la que se contaban historias, aunque esta vez en forma de infinitos recipientes de cerámica. Todos los mitos griegos imaginables, y algunos que ni siquiera imaginaba también, tienen su representación en una vasija o una fuente. Especialmente completas y llamativas son las series dedicadas a Heracles y sus doce pruebas, y también a la guerra de Troya.

Curiosamente, lo mejor de Roma es todo lo que le copiaron a Grecia. Tienen una espléndida colección de estatuas romanas de mármol que en realidad son imitaciones de obras griegas: un Discóbolo, un Pericles, un Sócrates, un Epicuro, un Alejandro... y dioses, una pila de dioses. Era muy gracioso ver a las japonesitas sacándose fotos imitando las poses de las varias Venus que había por allí. En la sección romana también tienen unas cuantas armas y armaduras simpáticas, de militares y de gladiadores (hoy descubrí que hubo gladiadoras, hay pruebas documentales y arqueológicas... a los romanos también les iba el barrilátero, por lo que se ve).

De la sección medieval no pude ver demasiado, los bedeles del museo no entienden de flexibilidad de horarios de cierre. Fascinantes los tesoros de Sutton Hoo, el ajuar funerario de un rey anglosajón del siglo VII con cantidad de cosas, desde armas y armaduras hasta joyas, monedas y objetos cotidianos. También son muy destacables los diversos objetos de cristal que tienen por ahí desperdigados por ser de orígenes muy distintos; no sólo los bizantinos hacían unas copas espectaculares, también los germanos y los vikingos tenían buena mano para el trabajo del vidrio.

Aún me quedan por delante muchas cosas por ver, aproximadamente doce siglos de historia de Europa y toda la historia de África, Asia y el Islam. Dentro de dos días, más comentarios sobre el British Museum.

19 junio 2006

Londres 7: La City

Hoy ha tocado ruta por el corazón financiero de la ciudad. No ha sido la visita más espectacular de todas, pero ha tenido sus puntos interesantes. Ante todo, destacar que la City es opresiva, las calles son demasiado estrechas, los edificios son demasiado altos, hay demasiada gente y demasiados vehículos. El dióxido de carbono ambiental casi se puede masticar, y si coincide que vas un día en el que el cielo está plomizo como hoy la cosa se vuelve más deprimente. Los edificios están todos muy concentrados, apenas hay espacios verdes, o siquiera abiertos. Así es como consiguen que 350.000 personas puedan trabajar todos los días en apenas una milla cuadrada. De noche la situación se invierte completamente, dado que la City tiene un censo de tan sólo 5.000 habitantes.

La City es una sucesión de edificios de grandes corporaciones, desde los muy clásicos del XIX hasta los muy modernos del año pasado. Está todo mezclado a la buena de Dios, parece que aquí se olvidaron de establecer un plan urbanístico racional. Los únicos edificios que alteran esta tendencia son las iglesias, que hay muchísimas, supongo que serán los únicos edificios que no pudieron tirar para construir rascacielos. Las iglesias suelen estar encajonadas entre todo este marasmo de cemento y vidrio, en muchas ocasiones incluso pared con pared. Ni siquiera la Catedral de San Pablo, que está en medio de todo esto, se libra de las estrecheces impuestas por el capital. San Pablo es una iglesia y cobran por entrar, así que me he limitado a verla por fuera, como siempre.

Tres lugares me llamaron especialmente la atención. El primero de ellos es la plaza donde confluyen las calles Victoria y Threadneedle, en la cual podemos encontrar el Banco de Inglaterra, la Bolsa, la Mansión del Alcalde, otra estatua de Wellington (mira que gusta este hombre en esta ciudad) y, curiosamente (atento Alberto D) la estatua del inventor de la tuneladora, imprescindible para la ampliación de la red de metro. Está todo tremendamente comprimido en muy poco espacio, pero no da la misma sensación de agobio que en el resto de la City.

Otro es un edificio que, aunque no sale en las guías, se puede ver desde muchísimos puntos de la ciudad. De hecho llevaba desde el primer día rayándome con qué podría ser. Es el número 30 de St Mary Axe, y se trata de una construcción moderna, todo vidrio azulado y con forma cilíndrica (o fálica, que dirán los freudianos) dedicada exclusivamente a oficinas de alquiler. Es uno de los pocos de la zona con espacios abiertos, y en los bancos que hay en el pseudoparque artificial que lo rodea se pueden leer curiosas frases que parecen escritas por Neil Gaiman de tripi y que evocan curiosas imágenes que le sacan a uno del ambiente que le rodea.

El último es una calle muy pequeña cuyo nombre solo ya vale un mundo: Love Lane. Está metida entre las Casas de los Gremios, y en ella están las ruinas convertidas en parque de la iglesia de St Mary Aldermanbury, una iglesia gafe (construida en el XII, ardió en el Gran Incendio, reconstruida por Wren en el XVII, la destruyeron los alemanes en la Batalla de Inglaterra... y ya pasaron de volver a construirla). No sólo es excepcional por permitir escapar del agobio de la City que la rodea, sino también porque allí están enterrados Condell y Heminge, dos actores de la compañía de Shakespeare, los dos que publicaron sus obras en el famoso Folio, y que pertenecían a esa parroquia. Si uno se fija bien incluso se puede ver que, además del monumento moderno, está por allí escondida la lápida original de uno de ellos.

Para concluir, un desagravio. Aunque Dunkin Donuts me hizo aborrecer de los muffins, a lo largo de esta semana he tenido oportunidad de probar unos cuantos en varios sitios distintos, y he de decir con toda justicia que los muffins son un regalo del cielo. Una razón más para no volver a pisar una franquicia de alimentación. Cristo, pero qué buenos están.

18 junio 2006

Londres 6: El Museo Británico (I)

No me queda más remedio que marcar esta entrada con un (I), porque no me ha dado tiempo a verlo entero en un solo día. Qué digo, apenas he podido ver una mínima parte. El Museo Británico es, ante todo, vasto. Hasta pasado un buen rato dentro no fui capaz de hacerme una idea precisa de su arquitectura y distribución, así que esta primera jornada la he llevado de una forma un poco errática. Pero no demasiado.

Siguiendo un razonable orden cronológico he empezado la visita por la sección de la Prehistoria. Y, aunque tienen piezas que harían llorar a la mayoría de los museos del mundo, la he pasado un poco rápido porque tenía demasiadas ganas de ver la siguiente sección. Preciosas las armas de sílex, a quien llame primitivos a los que hicieron esas hermosuras es para darle de bofetadas.

Efectivamente, la sección que tantas ganas tenía de ver era la de Egipto. Evidentemente, la pieza que tantas ganas tenía de ver era la Piedra de Rosetta. Supongo que será por años de autosugestión, pero la Piedra me lleva a un fervor casi religioso, ante ella estaba en una especie de trance místico que sólo se rompió cuando un chaval oriental se me puso delante y se pegó al cristal como una lapa. El resto de la sección me pareció mucho más pobre e incompleta... pero claro, luego descubrí que las historias funerarias las tenían en otro lado que tendré que dejar para El Museo Británico (II).

Acabé el día repasándome todo el Oriente Medio antiguo de arriba a abajo, y me fascinó la colección de un imperio al que hasta ahora siempre había tenido como muy secundario, el asirio. Me gustaron especialmente los relieves del palacio de Nimrod, tanto por su excelente estado de conservación como por las increíbles historias que contaban. Los escultores asirios tenían, además de una enorme destreza, un gran sentido del humor, no pude evitar un par de carcajadas al descubrir algunos detalles coñones que hacen de fondo a las gestas heroicas del rey (tampoco molesté a nadie, como no son famosos no había ni Cristo en esa sala). Por cierto, los asirios fueron los inventores del tanque, en los relieves pueden verse hasta dos máquinas de asedio tanquiformes que se empleaban para derribar murallas.

Otra de las salas asirias que me llegaron al alma fue la de la Biblioteca de Nínive, una colección de tablillas de arcilla con escritura cuneiforme maravillosas tanto por el continente como por el contenido. Allí había de todo: tratados de astronomía y medicina, tablillas sobre historia y mitología (mezclando ambas, como es habitual en las culturas antiguas), libros de conjuros (por eso los magos asirios tenían una fuerza mínima de 13), desideratas a la biblioteca, una carta del pelota trepa de turno al rey, y lo que más aprecié por mi frikismo profesional, el que probablemente sea el diccionario más antiguo del mundo, una tablilla con palabras en acadio y sus traducciones al asirio. Algunas estaban en un perfecto estado de conservación, pero otras estaban machacadas en diversos grados, porque como todos los que han jugado al Civilization saben, Nínive era conquistada y destruida con cierta frecuencia.

Entre pitos y flautas (bueno, entre arpas de plata y cuernos de bronce) se me pasó el día, me fui cuando me echaron del Museo y con infinitas ganas de volver. Desayuné y cené (no comí, y cuando lo hago es algo muy ligero, me estoy acostumbrando a los ritmos de este país) en un pub llamado The White Swan, también próximo a la estación de Highbury & Islington. Del White Swan diré que su gran virtud es ser barato, es el sitio al que hay que ir cuando lo único que interesa es llenar la barriga.

17 junio 2006

Londres 5: Hyde Park

Aprovechando que hacía sol y calorcito, y que tampoco quiero saturarme, y sobre todo que estoy de vacaciones, he decidido no hacer nada. Así que de buena mañana me fui a Hyde Park a pasar allí el día paseando, leyendo o simplemente estando tirado bajo un árbol. Y qué bien me ha sentado.

La verdad es que Hyde Park no es nada del otro mundo, es más, es un parque de lo más soso. Grande es, nadie se lo puede negar, es una enorme extensión de césped y árboles desperdigados hasta donde alcanza la vista. Errando por ahí me he encontrado con alguna que otra cosilla llamativa, como el Albert Memorial (un monumento dedicado al consorte de la Reina Victoria, un derroche de mármol y pan de oro), el Marble Arch (la antigua entrada al Palacio de Buckingham, trasladada adonde no molestase), la estatua de Peter Pan (apartada de la zona donde juegan los niños... menudo despropósito), el obelisco dedicado a Speke (el descubridor de las Fuentes del Nilo... ¿será uno de los obeliscos de Gull?) o una estatua de Aquiles (dedicada al duque de Wellington, en vez de a Aquiles).

En Hyde Park Corner están el Wellington Arch y la estatua de Wellington (fans de las guerras napoleónicas, este es vuestro sitio), pero también tenemos un punto WiF, el monumento a los artilleros caídos en las dos Guerras Mundiales. Es curioso, porque a pesar de ser uno de los más espectaculares ni siquiera aparece en las guías. No os perdáis las estatuas de los artilleros en poses de molarse a sí mismo, sobre todo la del que lleva cuatro obuses del quince en los bolsillos del gabán.

Lo que ha sido una gran decepción ha sido el Speaker’s Corner. Es básicamente un enorme espacio abierto destinado a que todo el mundo pueda decir lo que quiera. Pero las dos veces que pasé por allí no había ni un solo speaker. Supongo que la libertad de prensa, la televisión e internet han acabado con esta tradición.

El parque ha estado lleno de gente todo el día, por la mañana pero sobre todo por la tarde. Supongo que la gente va allí en días como hoy a falta de playa. Y sí, había de todo: familias montando picnics, grupos de jóvenes haciendo deporte, parejas retozando, viejitos mirando, una muchedumbre esperando a que empezase un concierto, y algún que otro turista también. Me ha sorprendido mucho lo sensatos que son los ingleses en su tiempo de ocio, ya que a pesar de los miles de personas que había allí concentradas no hubo ni un solo incidente, nadie molestaba a nadie, no había música alta (salvo en el concierto) y los niños estaban encerrados en un corralito ad hoc para hacer el salvaje (y cuando los sacaban se portaban bien). Los ingleses dicen “Sorry” para todo, es la palabra más popular del metro, y los casos más extremos los he visto hoy. Cuando alguien tiraba mal un balón o un frisbee, no decían “Te jodes y a buscarlo”. El que lo tiraba mal decía “Sorry” por tirarlo mal, y el que no lo recibió decía “Sorry” por ser tan torpe de no cogerlo. Son tan correctos que asustan.

También he aprovechado para pasarme por el supermercado de la esquina, que me hacían falta algunas cosas. Y es curiosa la especialización, porque así como en los supermercados grandes tienes mucho de todo, como en cualquier otra parte, en los supermercados de calle (bueno, al menos en el mío) se especializan en cosas muy poco serias. Tienen infinitas chocolatinas (un estante de tres metros por metro y medio dedicado en exclusiva), patatillas, cervezas, refrescos y tabaco, y con esto ocupan el 90% del espacio disponible. Supongo que esas serán las necesidades básicas del británico medio. Y para enviar correo también tienes que dirigirte al supermercado. De iluso fui primero a las oficinas del Royal Mail, pero me dijeron que no, que las cartas se sellan y se echan en el super... ¿para qué sirven entonces las oficinas del Royal Mail? ¿Será que en sus sótanos tienen un casino clandestino o algo así?

El pub recomendado del día es The Alwynne, el pub pijo de turno, que está cerca de la estación de metro de Highbury & Islington. La verdad es que no creo que vuelva mucho por allí porque no es de los más baratos, pero es un sitio muy bueno para tomarse algo de relax. Tiene una terracita muy maja, algo poco habitual en los pubs de aquí, pero destaca sobre todo por lo que no tiene. No hay tele. No hay fútbol. No hay griterío. En realidad es probable que sí que acabe volviendo por allí.

16 junio 2006

Londres 4: La Torre de Londres

No es un simple monumento. No es una simple visita. Es el paraíso del friki.

En un primer momento me pareció caro el precio de la entrada (quince libras, cuando mi presupuesto diario máximo es de veinte), pero visto con perspectiva ha merecido la pena con creces. Seis horas de historia, cultura, entretenimiento y relatos sangrientos.

Lo que ya va marcando la jornada es que nada más entrar por la barbacana uno se encuentra con un cartel que anuncia cuándo empezará la próxima visita guiada por un Yeoman Warden (soldados de élite británicos vestidos con uniforme de carnaval). Máximo treinta minutos, bueno, me los espero dándole una lectura a la guía para saber dónde estoy pisando. Cuando llega un Warden y empieza a bromear con los turistas y a echar requiebros a las mozas empiezo a preguntarme si es de verdad o un espontáneo. Es de verdad, y la visita guiada es como un espectáculo del club de la comedia de una hora de duración, pero contándote toda la historia de la Torre. Sobre todo mucho humor negro, que el lugar se presta a ello. Una excelente introducción que te deja bien situado para que luego vayas visitando todo por tu cuenta.

En esencia, la Torre de Londres es la clásica fortificación cebolla: una antiquísima torre central altomedieval (la Torre Blanca, última defensa y residencia real), una muralla interior bajomedieval (fina pero alta, para que no la salten), una muralla exterior cuasirrenacentista (baja pero gruesa, para que no la revienten en los asedios), un foso del copón (ahora está seco por razones sanitarias, al parecer era más pestilente que el Ankh) y luego ya están la ciudad y el río. Pero todo está en excelente estado de conservación, o excelentemente restaurado en cualquier caso. No le falta detalle, si ahora nos invadiesen los noruegos podríamos resistir un asedio allí dentro sin problemas. Incluso hay multitud de dibujos y maquetas que muestran cómo eran las distintas partes de la Torre a lo largo del tiempo (evidentemente, ha ido sufriendo cambios en sus casi mil añazos de historia).

La Torre Blanca, además de ser una maravilla en sí, alberga la Armería Real. Fue iniciativa de Enrique VIII, y allí dentro se puede encontrar todo tipo de maravillas empleadas en la Edad Moderna: chorrecientos tipos de lanzas, picas, espadas, sables y dagas; armas de fuego personales, desde los inicios allá con los arcabuces hasta los rifles con los que se conquistó el Imperio; artillería diversa, desde simpáticas culebrinas navales hasta brutales cañones decimonónicos, pasando por las clásicas bombardas primigenias; y, cómo no, armaduras, empezando por las monstruosidades que usaban los Tudor para ir a los últimos torneos jamás celebrados y siguiendo por la decadencia de la armadura gracias a la popularización de las armas de fuego. Por cierto, por primera vez he visto lanzas de justa y no, no son ligeritas y maravillosas como las que se ven en las pelis, son una brutalidad que no hay Dios que pueda con ellas. También tienen la armadura de Gregor Clegane, o casi, junto a la certificación del Guinness de que es la mayor del mundo; sólo verla vacía ya da miedo, qué sería con un energúmeno alemán de dos metros y pico cargando contra ti embutido en ella.

En la Casa de las Joyas tienen, cómo no, las Joyas de la Corona. El edificio no es demasiado destacable (se construyó en el XIX y es muy funcional), pero el contenido es tremendo. Hay tanto lujo y oropel ahí dentro que a Dufrane le daría un colapso (por cierto, Cromwell hizo fundir las antiguas Joyas de la Corona, ese es mi chico). Y lo increíble es que sólo tienen lo importante, se ve que todo lo que no tenga 600 años de antigüedad o tres kilos de oro no entra en la colección por paupérrimo. Entre las baratijas allí presentes las que más me llamaron la atención fueron el Cetro Real (que incluye el mayor diamante del mundo, pero indecentemente grande, yo no me podría permitir uno así ni de bisutería), la Corona de la Reina Victoria (una coronita muy cuca que siempre llevaba en todas las fotos... pues nada, que esa corona es toda de brillantes, y era la de usar de diario) y la Ponchera (es uno de los objetos menos importantes, pero es que es una ponchera del tamaño de una bañera y toda de oro macizo, incluido el enorme e inutilizable cucharón de servir). El edificio alberga también una exposición sobre coronas (para cada monarca se hace una corona nueva, y cuando no hay pasta para comprar nuevas piedras pues se desmonta una de las coronas viejas) en la que tienen réplicas de muchas coronas que ya no existen y los armazones de oro de las mismas. Y, cómo no, una exposición sobre diamantes, donde te cuentan generalidades sobre corte y tallado, y particularidades sobre los que hay en las Joyas de la Corona. Concluyo la referencia a las Joyas mencionando al magnífico bribón que intentó robarlas durante la Restauración, a ese hombre que es la inspiración de todos los que briboneamos en las partidas de rol. Hasta el nombre es de PJ: el coronel Thomas Blood.

La Torre Sangrienta... el nombre lo dice todo. Está justo enfrente de la Puerta de los Traidores, por la que entraban los presos políticos, y la mayoría de los que eran alojados en la Torre Sangrienta no salían vivos de ella. Tiene cantidad de historias de traición y maldad, no me extrañaría nada que sea la fuente de inspiración que dio origen a los Lannister. En los sótanos hay una exposición de instrumentos de tortura ingleses, no muy extensa pero suficientemente gráfica. Destacar también los grafitti que fueron dejando los prisioneros a lo largo de los siglos, y que están protegidos con metacrilatos para conservarlos tal y como están. ¿Por qué si lo hago yo es vandalismo, pero si lo hace un católico es historia?

El Palacio Medieval está situado en la muralla que da al Támesis, y es la reconstrucción de la residencia de Enrique III. Es una visita breve pero que cunde mucho, ya que no sólo reconstruyeron el edificio tal y como sería entonces, sino que también fabricaron los muebles y los elementos decorativos con los materiales y el estilo de la época. También se pueden encontrar recreaciones de estancias de época en otras partes de la fortaleza, y quizá la mejor sea la de Sir Walter Raleigh en la Torre Sangrienta, ya que conserva muchísimos muebles y elementos originales del XVI.

Para concluir hablaré de la Trinity Square, que no está en el recinto sino cerca pero está muy relacionada. Es la colinita cercana donde llevaban a ejecutar a los prisioneros de la Torre ante la multitud enfervorizada, con el morbo añadido de que los ejecutados solían ser nobles (a los de la casa real los ejecutaban dentro del recinto de la Torre, tenían derecho a una ejecución no pública). Actualmente hay un parquecito muy bien cuidado, idóneo para espatarrarse por el césped (no hay niños ni perros). Y, además del pequeño monumento dedicado al cadalso que he mencionado antes, cuenta con otro de esos lugares WiF que tanto me gustan: el memorial a la marina mercante, con los nombres de todos los marineros civiles que murieron durante la Primera (unos cuantos), la Segunda (muchísimos) y la guerra de las Malvinas (cuatro gatos). Sí señores, hasta las fichitas de los convoyes merecen un homenaje.

Por cierto, justo pegado a la Trinity Square hay un pub llamado The Liberty Bounds que lo tiene todo: buen ambiente, buena comida y bebida, y precios baratos (baratos para Londres). Mi más encarecida recomendación como conclusión de la visita.

15 junio 2006

Londres 3: The Strand

Hoy le he dedicado el día al estamento judicial. Prácticos como siempre, los ingleses tienen todo juntito, así que le he podido pegar otro vistazo temático sin problemas. La zona visitada se llama The Strand, y es la calle que une Westminster y Londres (la City, vamos) desde tiempos inmemoriales. Evidentemente ya es imposible reconocerlas como dos ciudades distintas, pero hay un límite administrativo justo ahí en medio que está marcado en algunas calles por unos cuantos dragones (el símbolo de Londres City) que miran hacia el oeste (para comerse a los de Westminster como se les ocurra invadir Londres, supongo).

Estamento judicial, decía. Justo en ese límite administrativo, en el lado de Westminster pero pegadito al dragón de turno, está el Tribunal de la Corona. Es un curioso conglomerado de edificios y estilos, desde el neogótico hasta el moderno pasando por el victoriano, pero que casan bastante bien, diez puntos para los sucesivos arquitectos que consiguieron evitar hacer un batiburrillo constructivo sólo porque los tribunales necesitaban más salas. La parte que más me ha gustado es la más antigua. Imaginaos un edificio de enormes naves y plagado de arcos apuntados y de vidrieras, con mobiliario de madera que parece sacado de un anticuario, con señores con pelucas blancas y togas yendo de aquí para allá... y con detectores de metales y máquinas de rayos x, policías y acusados vestidos con ropa actual, y documentos sacados de impresoras láser o en CD circulando de mano en mano. Así es el Tribunal de la Corona, una deliciosa mezcla de tradición judicial y administración de justicia moderna. Además cuenta con una estupenda exposición del vestido de jueces y abogados a lo largo de los siglos, y en la calle de detrás se puede encontrar todo lo necesaria para la práctica judicial, desde una librería especializada hasta una mitiquísima tienda de pelucas.

Un poco más allá, ya entrando en Londres y en la zona del río, está el barrio de Temple. Es una zona con muchísimo encanto, con infinitas callejuelas semipeatonales que desembocan de cuando en cuando en estupendas plazas y jardines. Recibe su nombre de que antaño toda la barriada pertenecía a la Orden del Temple, pero cuando fueron excomulgados y se les expropiaron las tierras empezó a ser ocupado por abogados (les quedaba al lado de los tribunales, era una elección lógica), y en la actualidad está ocupado casi exclusivamente por bufetes y asociaciones de juristas. Allí se puede encontrar la famosa Iglesia del Temple, que es pequeñita y muy acogedora, nada que ver con el rollo sombrío-satánico que le confiere Dan Brown; por supuesto, también estaba en restauración parcial, pero por lo menos esta vez estaban los historiadores dando el callo, que es lo que marca la diferencia entre “reformas” y “abandono”. Ya casi llegando al río, el Temple tiene unos jardines bastante modestos pero muy bien cuidados en los que destacan los parterres de rosas, de color rojo y rosa clarito, de donde se dice que surgieron las insignias de las casas de Lancaster y York en la Guerra de las Rosas. No sé si será mito o realidad, pero los jardineros se ocupan con esmero de que los hechos apoyen a la leyenda.

Por último, dentro de la temática judicial, comentar que donde acaba el Strand está el Juzgado de lo Penal de Londres, conocido como Old Bailey, en cuya cúspide está la estatua dorada de la Justicia a la que V denuesta y hace volar por los aires. Lo mejor de esta zona (aparte del punto friki de Lady Justice) es el pub de enfrente, The Magpie & The Stump, donde utilizan como reclamo publicitario la historia morbosa del pub: resulta que durante una buena temporada las ejecuciones públicas se hacían justo entre el Old Bailey y el Magpie & Stump, y cada vez que había una la gente pagaba unas cantidades notables por poder gozar de una mesa con ventana en los pisos superiores para disfrutar del espectáculo (ahora lo que se lleva son las mesas delante de la pantalla gigante, incluso en pubs históricos como este). Es más, los taberneros eran tan cachondos que les llevaban a los reos una cervecilla a cuenta de la casa, para que murieran con buen sabor de boca.

Otra cosa curiosa que hay por esta zona son los monumentos cambiados de sitio por motivos urbanísticos, que tiene tela que cortar. Uno de ellos es la Charing Cross (que da nombre a una calle y a una estación), una cruz erigida en honor a la esposa de Eduardo I, Leonor, la Infanta de Castilla (cuya corrupción fonética da nombre a otro barrio... Elephant and Castle). Resulta que esta cruz estaba en un punto clave de la ciudad, nada menos que en el kilómetro cero de la red viaria británica, pero por alguna razón (espero que para poder conservar mejor un monumento de 800 años de antigüedad, otra cosa tendría delito) la trasladaron a la estación homónima. Ahora en su sitio está una estatua de un rey, uno de tantos.

El otro monumento cambiado es la Temple Bar, una de las puertas de la ciudad, la que daba a Westminster. Como por allí debajo sólo podía pasar un carro acabaron desmontándola pieza a pieza y guardándola, y tras un largo periplo acabó colocada en un huequito que le encontraron cerca de San Pablo. Curiosamente en su lugar pusieron otro monumento con dragoncillos y la reina Victoria, al que también se llama Temple Bar, dos por el precio de uno. Lo más coñero del Temple Bar es que, cada vez que la Reina abandona el palacio de Buckingham para ir a la City debe reunirse con el Alcalde de Londres en Temple Bar (les queda a medio camino a los dos, es un buen sitio) en una ceremonia formal en la que la Reina le pide permiso para entrar en la ciudad (me gustaría saber qué pasaría si no se lo diese) y el Alcalde le entrega de llaves de la puerta (aunque la puerta ya no está allí).

Por cierto, hoy he comido fish & chips, y me ha gustado mucho. Una de dos, o la cocina inglesa ha ido evolucionando mucho hasta hacerse comestible, o yo soy muy poco exigente, o todo el rollo de que era intragable era una truja difundida por algún historiador con mucho tiempo libre.

14 junio 2006

Londres 2: Westminster

Lo dicho, topicazo al canto, me he ido a uno de los sitios adonde van todos los turistas. Y con “Westminster” me refiero a la zona en general y no a la Abadía en particular. Ya me gusta poco entrar en iglesias como para que encima me digan que tengo que pagar, así que he visto Westminster Abbey por fuera y listo. No era para tanto.

Lo que sí me ha gustado un poco más ha sido el centro político del Reino Unido. El Parlamento siempre me pareció bastante hortera en las fotos, con tanto pan de oro y tanto barroquismo de Dios, pero he de reconocer que en directo, y en combinación con el Támesis, resulta espectacular. Y todo esto se suma a que es el brillante colofón de Whitehall, la calle donde se junta media docena de ministerios y otros edificios oficiales y que sólo puede calificarse como derroche arquitectónico. La única mancha que le encuentro a esta parte de la visita es Downing Street, que es un callejón roñoso bloqueado por mil verjas (por motivos de seguridad) y que ni se puede visitar ni ver de lejos.

Ahora, con lo que de verdad lo he pasado bien ha sido con la enorme recreación nostálgica que suponen Trafalgar Square y todo su entorno. La zona era sin duda el auténtico corazón del Imperio Británico, y aunque hace más de medio siglo que ya no existe lo siguen manteniendo todo tal cual. Llama la atención que estén allí concentradas las estatuas de muchos de los que lo hicieron posible, empezando por Nelson (aunque estaba en restauración, maldito Patrimonio Nacional) y siguiendo por Cook, Cambridge, los soldados caídos en la guerra de Crimea, los Royal Marines caídos en las guerras de los Boers y del Opio, y los caídos en general. También podemos encontrar en la propia Trafalgar Square los edificios desde donde se administraban las colonias, que supongo que ahora serán las embajadas (Canada House, South Africa House, Uganda House, Malaysia House...). El parque de al lado está decorado con enormes banderas de todos los países que antes formaban el Imperio, y por supuesto infinitas Union Jacks. Grandioso en todos los sentidos, casi da la sensación de que siguen siendo los dueños de medio mundo.

La apoteosis es el rincón WiF que hay en Whitehall. Todo ese desfile de héroes del Imperio concluye con la de los generales de la Segunda Guerra Mundial, entre ellas las de Montgomery y Churchill. Es más, escondido en una esquinita está el Museo Imperial de la Guerra, y si está tan escondido es porque lo han instalado en el búnker donde se reunía el Estado Mayor entre los años 39 y 45 (por aquello de los bombardeos alemanes). Doble motivo para pasarme, aunque lo tuve que dejar para un día que tenga más tiempo. Por el resto de la ciudad me he ido encontrando otras historias de la Guerra, como la placa conmemorativa que hay en Islington en la zona donde una V1 arrasó varias casas, la estatua a los bomberos de la guerra o el crucero HMS Belfast (que está enterito, bien conservado y atracado en el Támesis). Para el próximo WiF me da que voy a acabar pidiendo Commonwealth...

Para terminar, confieso que la movida de que los coches vayan al revés me está loqueando de mala manera. Siempre que cruzo la calle miro para el lado que no es, con lo que me estoy acostumbrando a cruzar siempre por los pasos de peatones para no acabar bajo las ruedas de uno de esos simpáticos taxis rosas. Y siempre me pongo en la acera que no es para coger el autobús. Por cierto, ¿quién había dicho que habían retirado los buses de dos pisos? Ahora tienen unos double-deckers modernos y estupendos que me están haciendo evitar el metro siempre que puedo. Por cierto, que la tarjeta de transporte se llama Oyster Card (no me preguntéis por qué), y es de color azul... va a ser verdad que los frikis están tomando posiciones para conquistar el mundo.

13 junio 2006

Londres 1: Islington

A pesar de los presagios apocalípticos de algunos, el haberme embarcado en martes y 13 no ha tenido consecuencias desastrosas. De hecho, todas esas cosas que a la gente le pasan normalmente a mí siguen sin ocurrirme, ni siquiera en un día presuntamente aciago como hoy. Aunque el tiempo era bastante malo tanto en el origen como en el destino (afortunadamente no íbamos a bombardear, que si no iríamos a la mitad... pero claro, qué otra cosa se podría esperar de Santiago y Londres, aún en junio), no se produjeron ni retrasos ni desvíos, y el señor comandante pilotó con una enorme pericia. El equipaje apareció en la cinta en seguida, no se perdió ni se rompió nada (ni fui causa del inicio del protocolo de amenaza terrorista por olvidarme las maletas). Y todo con el bonus de que el billete había salido tirado. Está claro que Ríos se quedó con la cuota de incidentes que me habrían correspondido a mí.

Pero bueno, vamos al turrón, sitios y sucesos. Hoy no he tenido tiempo para hacer demasiado turismo (entre llegar y no llegar, deshacer las maletas, configurar las movidas informáticas, ir de compras para hacerme con los mínimos para la supervivencia, etc.), así que he optado por el turismo de proximidad, esto es, por visitar “mi barrio”. El sitio se llama Islington, y es un municipio que queda justo al norte de la City. Es un barrio de casas bajas, de no más de tres alturas, y todas ellas construidas con ladrillo de diversos tonos de rojo o marrón. Curiosamente, a pesar de que todas las construcciones comparten estas características, las casas no tienen una apariencia de uniformidad, lo que es muy de agradecer porque evita la sensación de que todo está obsesivamente ordenado (que en realidad lo está). Las tiendas están todas concentradas en una serie de calles que van discurriendo de sur a norte, y las viviendas se distribuyen por las callejuelas laterales.

Por supuesto, el piso en el que estoy no es una excepción: ladrillo pardusco, primer piso de dos, en la lateral de la calle principal. Donde se acaba todo este tipismo de soap opera es en el interior, y es que al fin y al cabo es un piso de traductores extranjeros. La decoración minimalista del piso de Marie-Pierre (que es la mitad de la pareja que, mientras tanto, están ocupando mi piso de Vigo) rompe absolutamente con lo que cabría esperar tras recorrerse el barrio desde la estación del metro. Personalmente lo agradezco, creo que me daría una apoplejía si tuviera que vivir un mes en un piso como el de los Roper.

Volviendo a la descripción de Islington, que me voy por los ajos de Bulgaria, comentar que es el barrio que alberga el estadio del Arsenal, y que el fútbol domina completamente la zona. En muchos locales se ven motivos que recuerdan al equipo local (sobre todo cañones, el emblema oficial de los Gunners), pero ahora que estamos en época de mundiales se pueden apreciar banderas de Inglaterra en aproximadamente un balcón de cada cinco. Para que luego nos quejemos de los futboleros españoles... otros vendrán que buenos les harán. Me temo que la combinación de fútbol por todas partes y de ese sentimiento de nacionalismo exagerado que siempre me entra cuando estoy fuera me acabarán llevando inevitablemente a ver los partidos de España. Y, cómo no, los veré en el pub de la esquina, el Highbury Barn.

El Higbury Barn es, a primera vista, un pub típico. Enorme barra, mesitas de madera, todo lleno de ingleses, suelo enmoquetado (no sé cómo limpiarán toda la cerveza que se cae, empiezo a sospechar que no es una moqueta sino un musgo simbiótico). Pero tras pasar un rato allí dentro empiezan a caer los mitos. Los ingleses no beben cerveza tibia, se la beben fresquita como debe ser. Los ingleses no beben cerveza inglesa, es más, consideran que es una mierda y se pasan todo el día bebiendo birras alemanas. La comida inglesa, o al menos la del Highbury Barn, no sólo es comestible, sino que además está buena. Y los futboleros ingleses son gente simpática y no van apalizando a los insensatos españoles que van diciendo por ahí de dónde vienen.

Y eso es todo por hoy. Mañana más, probablemente sobre alguna de esas cosas que salen en las guías de viajes.