16 junio 2006

Londres 4: La Torre de Londres

No es un simple monumento. No es una simple visita. Es el paraíso del friki.

En un primer momento me pareció caro el precio de la entrada (quince libras, cuando mi presupuesto diario máximo es de veinte), pero visto con perspectiva ha merecido la pena con creces. Seis horas de historia, cultura, entretenimiento y relatos sangrientos.

Lo que ya va marcando la jornada es que nada más entrar por la barbacana uno se encuentra con un cartel que anuncia cuándo empezará la próxima visita guiada por un Yeoman Warden (soldados de élite británicos vestidos con uniforme de carnaval). Máximo treinta minutos, bueno, me los espero dándole una lectura a la guía para saber dónde estoy pisando. Cuando llega un Warden y empieza a bromear con los turistas y a echar requiebros a las mozas empiezo a preguntarme si es de verdad o un espontáneo. Es de verdad, y la visita guiada es como un espectáculo del club de la comedia de una hora de duración, pero contándote toda la historia de la Torre. Sobre todo mucho humor negro, que el lugar se presta a ello. Una excelente introducción que te deja bien situado para que luego vayas visitando todo por tu cuenta.

En esencia, la Torre de Londres es la clásica fortificación cebolla: una antiquísima torre central altomedieval (la Torre Blanca, última defensa y residencia real), una muralla interior bajomedieval (fina pero alta, para que no la salten), una muralla exterior cuasirrenacentista (baja pero gruesa, para que no la revienten en los asedios), un foso del copón (ahora está seco por razones sanitarias, al parecer era más pestilente que el Ankh) y luego ya están la ciudad y el río. Pero todo está en excelente estado de conservación, o excelentemente restaurado en cualquier caso. No le falta detalle, si ahora nos invadiesen los noruegos podríamos resistir un asedio allí dentro sin problemas. Incluso hay multitud de dibujos y maquetas que muestran cómo eran las distintas partes de la Torre a lo largo del tiempo (evidentemente, ha ido sufriendo cambios en sus casi mil añazos de historia).

La Torre Blanca, además de ser una maravilla en sí, alberga la Armería Real. Fue iniciativa de Enrique VIII, y allí dentro se puede encontrar todo tipo de maravillas empleadas en la Edad Moderna: chorrecientos tipos de lanzas, picas, espadas, sables y dagas; armas de fuego personales, desde los inicios allá con los arcabuces hasta los rifles con los que se conquistó el Imperio; artillería diversa, desde simpáticas culebrinas navales hasta brutales cañones decimonónicos, pasando por las clásicas bombardas primigenias; y, cómo no, armaduras, empezando por las monstruosidades que usaban los Tudor para ir a los últimos torneos jamás celebrados y siguiendo por la decadencia de la armadura gracias a la popularización de las armas de fuego. Por cierto, por primera vez he visto lanzas de justa y no, no son ligeritas y maravillosas como las que se ven en las pelis, son una brutalidad que no hay Dios que pueda con ellas. También tienen la armadura de Gregor Clegane, o casi, junto a la certificación del Guinness de que es la mayor del mundo; sólo verla vacía ya da miedo, qué sería con un energúmeno alemán de dos metros y pico cargando contra ti embutido en ella.

En la Casa de las Joyas tienen, cómo no, las Joyas de la Corona. El edificio no es demasiado destacable (se construyó en el XIX y es muy funcional), pero el contenido es tremendo. Hay tanto lujo y oropel ahí dentro que a Dufrane le daría un colapso (por cierto, Cromwell hizo fundir las antiguas Joyas de la Corona, ese es mi chico). Y lo increíble es que sólo tienen lo importante, se ve que todo lo que no tenga 600 años de antigüedad o tres kilos de oro no entra en la colección por paupérrimo. Entre las baratijas allí presentes las que más me llamaron la atención fueron el Cetro Real (que incluye el mayor diamante del mundo, pero indecentemente grande, yo no me podría permitir uno así ni de bisutería), la Corona de la Reina Victoria (una coronita muy cuca que siempre llevaba en todas las fotos... pues nada, que esa corona es toda de brillantes, y era la de usar de diario) y la Ponchera (es uno de los objetos menos importantes, pero es que es una ponchera del tamaño de una bañera y toda de oro macizo, incluido el enorme e inutilizable cucharón de servir). El edificio alberga también una exposición sobre coronas (para cada monarca se hace una corona nueva, y cuando no hay pasta para comprar nuevas piedras pues se desmonta una de las coronas viejas) en la que tienen réplicas de muchas coronas que ya no existen y los armazones de oro de las mismas. Y, cómo no, una exposición sobre diamantes, donde te cuentan generalidades sobre corte y tallado, y particularidades sobre los que hay en las Joyas de la Corona. Concluyo la referencia a las Joyas mencionando al magnífico bribón que intentó robarlas durante la Restauración, a ese hombre que es la inspiración de todos los que briboneamos en las partidas de rol. Hasta el nombre es de PJ: el coronel Thomas Blood.

La Torre Sangrienta... el nombre lo dice todo. Está justo enfrente de la Puerta de los Traidores, por la que entraban los presos políticos, y la mayoría de los que eran alojados en la Torre Sangrienta no salían vivos de ella. Tiene cantidad de historias de traición y maldad, no me extrañaría nada que sea la fuente de inspiración que dio origen a los Lannister. En los sótanos hay una exposición de instrumentos de tortura ingleses, no muy extensa pero suficientemente gráfica. Destacar también los grafitti que fueron dejando los prisioneros a lo largo de los siglos, y que están protegidos con metacrilatos para conservarlos tal y como están. ¿Por qué si lo hago yo es vandalismo, pero si lo hace un católico es historia?

El Palacio Medieval está situado en la muralla que da al Támesis, y es la reconstrucción de la residencia de Enrique III. Es una visita breve pero que cunde mucho, ya que no sólo reconstruyeron el edificio tal y como sería entonces, sino que también fabricaron los muebles y los elementos decorativos con los materiales y el estilo de la época. También se pueden encontrar recreaciones de estancias de época en otras partes de la fortaleza, y quizá la mejor sea la de Sir Walter Raleigh en la Torre Sangrienta, ya que conserva muchísimos muebles y elementos originales del XVI.

Para concluir hablaré de la Trinity Square, que no está en el recinto sino cerca pero está muy relacionada. Es la colinita cercana donde llevaban a ejecutar a los prisioneros de la Torre ante la multitud enfervorizada, con el morbo añadido de que los ejecutados solían ser nobles (a los de la casa real los ejecutaban dentro del recinto de la Torre, tenían derecho a una ejecución no pública). Actualmente hay un parquecito muy bien cuidado, idóneo para espatarrarse por el césped (no hay niños ni perros). Y, además del pequeño monumento dedicado al cadalso que he mencionado antes, cuenta con otro de esos lugares WiF que tanto me gustan: el memorial a la marina mercante, con los nombres de todos los marineros civiles que murieron durante la Primera (unos cuantos), la Segunda (muchísimos) y la guerra de las Malvinas (cuatro gatos). Sí señores, hasta las fichitas de los convoyes merecen un homenaje.

Por cierto, justo pegado a la Trinity Square hay un pub llamado The Liberty Bounds que lo tiene todo: buen ambiente, buena comida y bebida, y precios baratos (baratos para Londres). Mi más encarecida recomendación como conclusión de la visita.