31 agosto 2006

Nîmes

Hoy he salido de mi base de operaciones para visitar una de las localidades circundantes. En general me ha resultado un poco extraño, no tengo costumbre de ir de turisteo en grandes grupos e ir con toda la peña de los cursos ha sido como convertirme un poco más en una persona normal (yuck). Hoy he tenido en mente todo el día la expresión inglesa “mixed blessing”, que se utiliza para referirse a una combinación de cosas buenas y malas que forman una totalidad bastante buena pero que podría ser excelente si se lograse pulir lo malo. El grupo ha sido una mixed blessing, y Nîmes también.

El principal atractivo turístico de Nîmes son sus edificios romanos. Y digo edificios, sí, y no ruinas, porque están estupendamente conservados en su mayoría. Cuenta con un templo un poco machacado (le Temple de Diane), una torre fortificada bastante completa (la Tour Magne), otro templo casi perfecto (la Maison Carrée) y un coliseo increíble (les Arènes). El coliseo es lo que más me ha gustado con diferencia, es grandioso (dicen que caben 24.000 espectadores) y conserva casi toda la estructura y el feeling originales. Desgraciadamente no sólo ha sufrido los estragos del pasado (sobre todo los de los visigodos, que desmontaron parte de las gradas para convertirlo en una fortificación), también sufre los estragos del presente (lo utilizan como plaza de toros, para lo que le han instalado burladeros, gradas de aluminio y asientos de plástico). No cabe duda de que lo que más desluce son las adiciones modernas, y es una verdadera lástima. A mixed blessing.

Tres cuartos de lo mismo para el barrio medieval. Hay calles en las que sólo de pasar por allí ya dan ganas de dirigir un vivo de fantasía: estrechas y silenciosas, con edificios de piedra a la vista, lo único que faltaba para sentirse en el medievo era un poco de suciedad. Pero otras calles, generalmente las más anchas, están plagadas de comercios y de mobiliario urbano que rompe completamente con el espíritu. Todo muy bien, muy dinámico y tal, pero destruye el ambiente. A mixed blessing.

Hoy no voy a recomendar ningún local. En las zonas de Nîmes por las que he estado hay muchos, pero son todos trampas para turistas, demasiado caros y sin nada de encanto. Son agradables, pero no destacables. A mixed blessing.

30 agosto 2006

Montpellier 3: La Place de la Comédie

La Place de la Comédie es el centro neurálgico de la ciudad, o esa es la impresión que me ha dado después de un par de días por aquí. Se trata de una enorme plaza peatonal situada justo en los límites de la zona centro, y conecta con otros barrios importantes ya sea por proximidad o mediante el mítico tranvía que cruza la ciudad.

Cuando digo enorme es porque lo es, parece un espacio concebido específicamente para montar tremendas manifestaciones, y de hecho parece ser que es uno de sus usos tradicionales, incluso tiene una historia sangrienta de centenares de muertos a manos del ejército en aquellas épocas en las que manifestarse era sinónimo de traición a la patria. En cualquier caso, aquí suele concentrarse muchísima gente de forma cotidiana y sin intención política, es un lugar muy conveniente para quedar, tanto por su ubicación como por todas las movidas que hay en la propia plaza o en las calles que la rodean.

En plan arquitectura y gafapastismo se pueden ver varias fuentes muy majas, el palacio de la ópera que da nombre a la plaza y unos cuantos edificios nobles de gran barroquismo. Curiosamente al fondo del todo hay un edificio grimoso y absolutamente fuera de lugar que debería ser derribado pero que es de visita obligatoria para todos los forasteros: la oficina de turismo. No me explico a qué esperan para trasladarla a un sitio decente.

Si uno quiere salir no necesita alejarse más de 500 metros de esta plaza para nada. Hay infinidad de bares y terracitas, restaurantes decentes y garitos de comida rápida, cines, teatros, la ópera, tiendas mil y locales de marcha para todos los gustos (bueno, como siempre sigo sin encontrar antros metaleros, la próxima vez que vea a alguien con greñas y camiseta de los Maiden le preguntaré).

Eso sí, para todo el que se quiera aventurar por los restaurantes del centro, una advertencia: son absurdamente caros. Mis limitaciones presupuestarias me están obligando a evitarlos bastante, pero esta circunstancia me ha permitido descubrir el pequeño gran placer de las panaderías francesas. Sobre todo me encantan las pequeñas boulangeries familiares, donde tienen infinitas variedades de pan, decenas de productos de bollería distintos y una gran variedad de movidas calientes (quiche, pizza y bocatas sobre todo), y de donde además de comida te llevas una conversación agradable con la gente que despacha. Mi recomendación del día va pues para una panadería, la de la rue Jean-Jacques Rousseau, que aunque es un poco más cara que la media tiene unos productos que harían llorar de alegría a Ragueneau.

29 agosto 2006

Montpellier 2: La Grande Motte

Jornada playera tras las clases en uno de los resorts más populares de los alrededores. La Grande Motte es el clásico pueblo de vacaciones de alto standing que queda despoblado en verano, ya os podéis imaginar cómo es: docenas de yates, edificios pijos, infinitos servicios disponibles a pie de playa y unos precios por las nubes. No era mi rollo, así que me fui de cabeza a la playa, donde aprendí lo que era la tramontana.

Como muchos lectores sabrán, la tramontana es un viento que llega desde las montañas, con lo que en esta zona se emplea el término para describir el viento frío que sopla de suroeste desde los Pirineos. Y hay que ver cómo sopla... noventa kilómetros por hora, y los locales decían que era lo normal. No quiero ni imaginar cómo será cuando sopla fuerte.

El caso es que el viento condicionó mucho las actividades playeras. Hacía calor, pero la sensación térmica era baja en las zonas menos protegidas, con lo que tomar el sol no era la mejor de las opciones. El viento levantaba la arena constantemente (es superfina, se nota la acción erosiva de la tramontana y el mistral), de forma que cualquier actividad como jugar al fútbol resultaba bastante torturante (entre la población local ya he oído bastantes veces la expresión “comer arena”, se ve que es algo cotidiano). Y bañarse tampoco resultaba fácil porque el viento hacía que el agua estuviera algo fría, que hubiera un cierto oleaje, que al salir murieses de congelación y que al llegar a la toalla la encontrases cubierta de arena. Han sido unas risas, pero creo que la próxima vez que haya viento me voy a quedar en la ciudad.

Como local recomendado tenemos Le Biniou, que quiere decir “La Gaita” en bretón. Es muy probable que sea la única terraza de La Grande Motte con precios razonables, y aunque no es nada del otro mundo tiene una serie de detallitos bretones que me hicieron bastante coña, como por ejemplo la cunca korrigan en la que me sirvieron la sidra. Nunca está de más un poco de atlantismo en estas extrañas tierras mediterráneas.

28 agosto 2006

Montpellier 1: Le centre ville

Primer día en Montpellier, dedicado a enterarme de dónde están las cosas y cómo van las movidas del curso. No he visitado ningún lugar en concreto pero me he dado un par de paseos por el centro para ir haciéndome una idea, de ahí el título bastardo de esta entrada.

Aunque Montpellier es una ciudad bastante grande (un cuarto de millón de habitantes), por lo que se comenta la mayor parte de las cosas de interés están en el casco histórico, que es en esencia la colina que domina las tierras colindantes. Y no sólo los edificios de alto interés histórico se encuentran estupendamente conservados, todas las construcciones del centro están en un estado fantástico independientemente de su edad y su uso. Da gusto pasearse por las estrechas callejuelas del centro, definitivamente creo que no voy a usar el transporte público e ir andando a todas partes. Eso sí, debo reconocer que hoy me he perdido dos veces, debo parecer un turista recién aterrizado.

Montpellier es además una importante ciudad universitaria (cincuenta mil estudiantes, es decir, la quinta parte de la población), y coincide que en estas fechas están empezando a llegar todos los Erasmus para ir haciendo los cursos de francés preparatorios. Todo esto se junta con el hecho de que todos los de mi curso somos extranjeros, claro, con lo que mi intención de no hablar otra cosa que no sea francés se está viendo constantemente frustrada por las necesidades comunicativas. Eso sí, a los españoles no les paso una, o francés o nada.

Mi intención original era alojarme en la residencia universitaria, pero cuando fui a matricularme no quedaban plazas (por los Erasmus adelantados, ahora lo veo claro), así que acabé en casa de una familia. Los Choffé son una pareja de una cierta edad, y alquilan la habitación de sus hijos ahora que se han marchado de casa. El alojamiento es adecuado (le falta Internet para ser habitable según las normas Veiga 9000, pero para eso ya tengo la WiFi de la academia), y mis anfitriones son una gente muy maja que me está tirando abajo muchos tópicos sobre los franceses en general. Aunque bueno, aquí no hay franceses, sólo occitanos... otro día me explayaré sobre el nacionalismo local.

Otra cosa que me ha sorprendido agradablemente ha sido no sufrir el shock de no enterarme de nada el primer día (en Londres me costó un rato largo pillarles el acento). Desde el minuto cero he sido capaz de comprender y hablar francés sin ningún problema, todo lo más algún detallito tonto (“se nota que eres español, haces todas las es iguales”). Con los franceses me va perfecto, con los alemanes muy bien, con los españoles bastante bien, y a los yanquis estoy por pedirles que pasen de mí porque no hay quien les entienda con el acentazo que traen. Y os juro que paso la mayor parte del tiempo sobrio...

El local recomendado del día es el Saint Roch. Como bar y terracita está genial, pero es que además me da pie a comentar una peculiaridad de Montpellier: su santo patrón es el mismo de Vigo, el que da nombre al bar. Para los que aún no lo hayan pillado es San Roque, que además obró un milagro de panviguismo al hacer que dentro del bar estuviesen retransmitiendo el partido del Celta mientras yo estaba fuera. Vamos, que estoy como en casa.

27 agosto 2006

Barcelona 1: Las Ramblas

Resulta bastante bizarro numerar esta entrada con el 1 (con la cantidad de veces que he visitado Barcelona), y que el lugar elegido hayan sido precisamente las Ramblas (un sitio al que he ido en todas y cada una de mis visitas), pero más aún que siga teniendo cosas que contar de esta ciudad y que cada vez me ofrezca algo nuevo.

Como novedad, es la primera vez que vengo en pleno verano. A Barcelona nunca le han faltado turistas en todas las épocas del año, pero en agosto la afluencia es brutal. Me ha resultado hasta incómodo tener que bregar con las multitudes para cualquier cosa que quisiera hacer, y hasta me he sentido un poco ofendido por que las hordas de guiris invadiesen mi ciudad. Sí, he dicho mi ciudad, el destino ha querido que desarrollase un sentimiento de pertenencia con Barcelona, un lugar al que me siento mucho más unido que a mi apreciada pero no querida Pontevedra, por poner un ejemplo. Eso sí, los auténticos barceloneses se muestran encantados con el turisteo, como mejores comerciantes de España están felices ante semejante oportunidad de sacarle las pesetitas (bueno, ahora los euritos) a toda esa gente deseosa de gastárselas.

Aprovechando que la he revisitado, ahí va como apunte cultural la historia de la Fuente de Canaletas. Se trata de una fuente decimonónica situada en la parte alta de las Ramblas, casi llegando a la Plaza de Cataluña, y la leyenda dice que quien bebe de ella está destinado a volver a Barcelona. Por mi parte, he comprobado que la maldición no se limita a la siguiente visita, o que igual de tanto beber de ella me ha pasado como a Obelix con la poción mágica y los efectos me duran para siempre, porque a pesar de que por primera vez no bebí de ella en mi penúltima visita (estaba enfadado con Barcelona porque en vez de una experiencia inolvidable, como todas las anteriores, esa vez me ofreció sólo una buena estancia) los hados se esforzaron en hacerme caer allí por cojones (no había vuelos, no había autobuses, no había trenes por la ruta norte... mi única forma de llegar a Montpellier ha sido teniendo que detenerme en Barcelona durante varias horas). Advertidos quedáis, creáis o no en los poderes de la Fuente.

Hoy en vez de un local recomendado voy a poner dos, porque Barcelona lo merece. Y aunque hay muchos otros locales de obligada mención los dejaré para futuras entregas por el simple motivo de que no los he visitado hoy. Uno es el Starbucks de las Ramblas, primero porque no parece un Starbucks (tiene sofás y mesas de ajedrez, y el look plastificado se limita a lo estrictamente marcado por la franquicia) y segundo porque cuenta con una WiFi abierta y gratuita (aunque creo que es del hotel con el que comparte edificio, ejem). El otro es Fresc Co, una franquicia de restaurantes sanos (lo siento, Bris, la única carne que dan es pollo) en la que además de comida rica ofrecen la fórmula mágica “come todo lo que quieras”.

Para concluir, recordar que la de hoy ha sido una etapa prólogo en mi ruta hacia la Galia, y que me he metido un tremendo tute ferroviario. Escribo esto ya en mi destino, y a pesar de que estoy algo cansado ni me quejo ni me arrepiento de haber hecho la ruta en tren. Hoy he recordado que también se puede disfrutar del camino, y tanto los momentos de relajación leyendo o charlando con el resto de viajeros como los estupendos paisajes que he ido viendo (especial mención a los acantilados de la Costa Brava y a las marismas de la costa sur de Francia) me han hecho replantearme mi recién adquirido concepto de las ventajas del avión. Definitivamente, hay un momento para cada cosa y un vehículo para cada viaje.