11 septiembre 2006
10 septiembre 2006
Avignon
Lo primero que se ve al llegar a la ciudad son las murallas. De piedra blanca, muy bien trabajadas, una alegría para la vista... pero enanas. A lo sumo deben llegar a los 4 metros en su punto más alto. Comenté el detalle con un aborigen, y la respuesta fue la obvia: los papas se defendían de sus enemigos a base de excomuniones y sobornos, y las murallas de Avignon eran meramente decorativas. Detalles como este son los que permiten adquirir perspectiva de los acontecimientos históricos.
Además de como monumento histórico, el Palais es sede de un importantísimo evento cultural: el Festival de Teatro de Avignon, un acontecimiento de fama mundial que se celebra en el patio de armas del palacio. De hecho, aprovechando la coyuntura se ha habilitado un ala del palacio como museo del Festival, y allí se pueden admirar los disfraces que docenas de actores de prestigio han vestido en sus interpretaciones. Como la mayoría de los disfraces eran medievaloides, ayuda a ambientar un poquito más el entorno. Como era de esperar, en otra de las alas del palacio hay un museo del Papado, en el que se resume la historia de los papas aviñoneses, por supuesto barriendo para casa y planteándolo como la edad de oro de la Iglesia.
E
09 septiembre 2006
L'Hérault
El título del post me viene al pelo para describir dos cosas que comparten nombre y que hoy he descubierto en todo su esplendor. Hérault es el departamento de Francia donde se encuentra Montpellier, y también es el río que atraviesa y da nombre a dicho departamento.
A lo largo de estos días ya he dado algunos apuntes sobre los paisajes que se pueden admirar en la zona costera de Hérault, pero hoy mi camino me ha llevado al interior, que no podía ser más diferente. Las marismas y llanuras costeras dan paso primero a una zona de garrigas y luego a unas colinas bastante abruptas cubiertas de vegetación. Las rocas imperantes en esta zona son las calizas, y la erosión de viento y agua han creado unos picos escarpados y unos valles profundos de enorme belleza.
Uno de estos valles es el que crea el río Hérault. Bueno, valle es sólo al final, ya que cerca de sus fuentes forma unos cañones y unas gargantas que quitan el aliento. Y por estas gargantas me he lanzado a practicar el descenso en canoa por primera vez en mi vida, una experiencia que sin duda repetiré muchas veces a partir de ahora. Estamos a final del verano y el río está casi seco, con lo que los rápidos están especialmente traicioneros a causa de la escasa profundidad (la piloto estaba bastante empanada y nos pasábamos el día encallando, con lo que por lo general superábamos las dificultades a base de fuerza bruta). En cualquier caso, el descenso fue emocionante pero no peligroso, y cuando llegamos a la zona tranquila me permití el lujo de relajarme y disfrutar del sol y del paisaje. Un momento verdaderamente extático.
En días como hoy no puedo recomendar ningún local. El agua y las galletas a la sombra de los sauces tras catorce kilómetros de esfuerzos saben mil veces mejor que cualquier delicia que me puedan presentar en un plato o en una copa.
A lo largo de estos días ya he dado algunos apuntes sobre los paisajes que se pueden admirar en la zona costera de Hérault, pero hoy mi camino me ha llevado al interior, que no podía ser más diferente. Las marismas y llanuras costeras dan paso primero a una zona de garrigas y luego a unas colinas bastante abruptas cubiertas de vegetación. Las rocas imperantes en esta zona son las calizas, y la erosión de viento y agua han creado unos picos escarpados y unos valles profundos de enorme belleza.
Uno de estos valles es el que crea el río Hérault. Bueno, valle es sólo al final, ya que cerca de sus fuentes forma unos cañones y unas gargantas que quitan el aliento. Y por estas gargantas me he lanzado a practicar el descenso en canoa por primera vez en mi vida, una experiencia que sin duda repetiré muchas veces a partir de ahora. Estamos a final del verano y el río está casi seco, con lo que los rápidos están especialmente traicioneros a causa de la escasa profundidad (la piloto estaba bastante empanada y nos pasábamos el día encallando, con lo que por lo general superábamos las dificultades a base de fuerza bruta). En cualquier caso, el descenso fue emocionante pero no peligroso, y cuando llegamos a la zona tranquila me permití el lujo de relajarme y disfrutar del sol y del paisaje. Un momento verdaderamente extático.
En días como hoy no puedo recomendar ningún local. El agua y las galletas a la sombra de los sauces tras catorce kilómetros de esfuerzos saben mil veces mejor que cualquier delicia que me puedan presentar en un plato o en una copa.
08 septiembre 2006
Montpellier 10: L’église Sainte-Anne
Sí, mis queridos lectores, hoy hablaré de otra iglesia. No, no me he vuelto beato, perded cuidado, de hecho Sainte-Anne destaca precisamente porque de iglesia sólo tiene la fachada. Me explico.
Antiguamente era una iglesia como las demás, parada obligada del Camino de Santiago y toda la pesca. De hecho es muy bonita, y tiene un campanario bastante molón que puede verse a muchos kilómetros a la redonda (está en la cima de la colina y por ordenanza municipal no se puede construir más alto que el campanario, de ahí su gran visibilidad). Pero llegó la Revolución y se convirtió en un museo, costumbre que ha perdurado hasta nuestros días.
También resulta muy agradable el entorno de la iglesia, que al dejar de ser terreno sagrado empezó a albergar en la vecindad unos cuantos locales de ocio, especialmente restaurantes. Es como las típicas fiestas de aldea en el patio de la iglesia, pero con locales pijos en vez de con pulpeiras.
El local del día está cerca, pero no forma parte de este entorno. Se llama Book in Bar, y es un estupendo café librería. No como la Casa del Libro, que es las dos cosas pero no destaca en ninguna, aquí hay buen café y buenos libros. Además tiene cerca una tienda de juegos (que no de juguetes) y un par de tiendas de cómics (que no de tebeos), lo que convierte a la rue Bras de Fer (la calle del Pulso) en uno de los principales ejes del frikismo local.
Antiguamente era una iglesia como las demás, parada obligada del Camino de Santiago y toda la pesca. De hecho es muy bonita, y tiene un campanario bastante molón que puede verse a muchos kilómetros a la redonda (está en la cima de la colina y por ordenanza municipal no se puede construir más alto que el campanario, de ahí su gran visibilidad). Pero llegó la Revolución y se convirtió en un museo, costumbre que ha perdurado hasta nuestros días.
También resulta muy agradable el entorno de la iglesia, que al dejar de ser terreno sagrado empezó a albergar en la vecindad unos cuantos locales de ocio, especialmente restaurantes. Es como las típicas fiestas de aldea en el patio de la iglesia, pero con locales pijos en vez de con pulpeiras.
El local del día está cerca, pero no forma parte de este entorno. Se llama Book in Bar, y es un estupendo café librería. No como la Casa del Libro, que es las dos cosas pero no destaca en ninguna, aquí hay buen café y buenos libros. Además tiene cerca una tienda de juegos (que no de juguetes) y un par de tiendas de cómics (que no de tebeos), lo que convierte a la rue Bras de Fer (la calle del Pulso) en uno de los principales ejes del frikismo local.
07 septiembre 2006
Montpellier 9: Antigone
Antigone es un barrio de nueva construcción de la zona este de la ciudad. El proyecto corrió a cargo de Bofill, y por tanto se considera que el barrio entero es un monumento que uno no se puede perder. Por mi parte, disiento.
Yendo de oeste a este, salimos de la Place de la Comédie y en seguida entramos en Antigone, donde encontramos dos horrendos edificios: el Triángulo y el Polígono. Se trata de dos centros comerciales diseñados con muchas pretensiones, así en plan modernolo, pero que son un auténtico castigo a la vista y que casi quitan las ganas de comprar. Como único punto positivo puedo decir que implican que haya muchas tiendas cerca del centro. Seguimos.
Un poco más allá empieza una zona llena de viviendas y restaurantes en la que impera el neoclasicismo. Y cuando digo que impera es que es algo exagerado: no sólo la arquitectura es de inspiración griega, también las estatuas y los nombres de las calles. Es un ambiente bastante más agradable que el de la otra parte del barrio, pero la palabra “pretencioso” no le abandona a uno mientras recorre esta parte de la ciudad.
Debo reconocer que Antigone tiene cosas muy positivas. La primera de ellas es el espacio, es un barrio muy abierto y luminoso, y seguro que resulta agradable vivir allí. La segunda es la solución que le han dado a la orilla del río (el Lez marca el límite oriental de Antigone), han conseguido conjugar a la perfección el uso lúdico y la proximidad al río con una excelente canalización para cuando lleguen las crecidas (la gota fría afecta a la región).
En cualquier caso, Antigone no me convenció para quedarme a tomar algo y me volví al centro, donde encontré un nuevo local maravilloso. La Brasserie de l’Aubrac destaca, ante todo, por su ingenioso método de llamar a la clientela: los grupos tocan en la calle, a la puerta del local, y no en el interior. De hecho yo me dirigía hacia otro local cuando escuché un canto de sirenas en forma de trío de jazz que me llevó irremisiblemente a encallar en su terraza. La placita es muy agradable, los precios son adecuados, y el grupo que tocaba hoy era muy bueno. No sé exactamente dónde está, pero para encontrarla otra vez me bastará con buscar el origen de tan dulces sonidos.
Yendo de oeste a este, salimos de la Place de la Comédie y en seguida entramos en Antigone, donde encontramos dos horrendos edificios: el Triángulo y el Polígono. Se trata de dos centros comerciales diseñados con muchas pretensiones, así en plan modernolo, pero que son un auténtico castigo a la vista y que casi quitan las ganas de comprar. Como único punto positivo puedo decir que implican que haya muchas tiendas cerca del centro. Seguimos.
Un poco más allá empieza una zona llena de viviendas y restaurantes en la que impera el neoclasicismo. Y cuando digo que impera es que es algo exagerado: no sólo la arquitectura es de inspiración griega, también las estatuas y los nombres de las calles. Es un ambiente bastante más agradable que el de la otra parte del barrio, pero la palabra “pretencioso” no le abandona a uno mientras recorre esta parte de la ciudad.
Debo reconocer que Antigone tiene cosas muy positivas. La primera de ellas es el espacio, es un barrio muy abierto y luminoso, y seguro que resulta agradable vivir allí. La segunda es la solución que le han dado a la orilla del río (el Lez marca el límite oriental de Antigone), han conseguido conjugar a la perfección el uso lúdico y la proximidad al río con una excelente canalización para cuando lleguen las crecidas (la gota fría afecta a la región).
En cualquier caso, Antigone no me convenció para quedarme a tomar algo y me volví al centro, donde encontré un nuevo local maravilloso. La Brasserie de l’Aubrac destaca, ante todo, por su ingenioso método de llamar a la clientela: los grupos tocan en la calle, a la puerta del local, y no en el interior. De hecho yo me dirigía hacia otro local cuando escuché un canto de sirenas en forma de trío de jazz que me llevó irremisiblemente a encallar en su terraza. La placita es muy agradable, los precios son adecuados, y el grupo que tocaba hoy era muy bueno. No sé exactamente dónde está, pero para encontrarla otra vez me bastará con buscar el origen de tan dulces sonidos.
06 septiembre 2006
Montpellier 8: Le Jardin des Plantes
Efectivamente, este nombre tan redundante no engaña a nadie: hoy he visitado un parque. No es tan hermoso como Regent’s Park, ni tan grande como Hyde Park, ni me trae tantos recuerdos como El Castro, pero a su manera es muy especial.
Fue creado hace ocho siglos como complemento de la facultad de medicina y, a pesar de que a lo largo de los años ha tenido sus idas y venidas, actualmente desempeña esa misma función. Esa vocación académica marca mucho sus formas, ya que obliga a que bastantes zonas estén cerradas al público y ha llevado a que todas sus estatuas sean de científicos y escritores, nada de políticos ni militares.
No obstante, la mayor parte del recinto está abierta al público, y la impresión que me llevé es que debe ser el lugar perfecto para que jueguen los niños. A pesar de su intención marcadamente científica está repleto de veredas, puentes, muros, senderos, escondrijos, túneles, desmontes, árboles, todo tipo de complementos para soltar a las fieras. Probablemente esté prohibido jugar allí, ya que los rapaces pueden estropear las especies que los biólogos cuidan con tanto esmero, pero parece hecho ex profeso para tal fin.
En cualquier caso, también resulta un lugar espléndido para dar un paseo, irse a comer o tirarse a leer bajo un árbol. Cada una de sus zonas es muy diferente a las demás (probablemente sea el único lugar de Francia donde se pueda encontrar un jardín inglés y un jardín francés juntos), y está diseñado de forma que al doblar algunos recodos te encuentres con una imagen completamente distinta a la de la zona que acabas de abandonar. La ciencia y el arte van de la mano en el Jardin des Plantes.
Por cierto, hoy a mediodía han sonado las alarmas de ataque aéreo de la ciudad. No es que nos estuviesen invadiendo los suizos ni nada parecido, al parecer es tradicional hacerlas sonar el primer miércoles de cada mes a las doce para comprobar si siguen funcionando. Es algo muy pintoresco, sobre todo teniendo en cuenta que el último ataque aéreo sobre suelo francés tuvo lugar hace más de medio siglo. Si queréis bombardear una ciudad francesa, ya sabéis cuál es el día idóneo.
Fue creado hace ocho siglos como complemento de la facultad de medicina y, a pesar de que a lo largo de los años ha tenido sus idas y venidas, actualmente desempeña esa misma función. Esa vocación académica marca mucho sus formas, ya que obliga a que bastantes zonas estén cerradas al público y ha llevado a que todas sus estatuas sean de científicos y escritores, nada de políticos ni militares.
No obstante, la mayor parte del recinto está abierta al público, y la impresión que me llevé es que debe ser el lugar perfecto para que jueguen los niños. A pesar de su intención marcadamente científica está repleto de veredas, puentes, muros, senderos, escondrijos, túneles, desmontes, árboles, todo tipo de complementos para soltar a las fieras. Probablemente esté prohibido jugar allí, ya que los rapaces pueden estropear las especies que los biólogos cuidan con tanto esmero, pero parece hecho ex profeso para tal fin.
En cualquier caso, también resulta un lugar espléndido para dar un paseo, irse a comer o tirarse a leer bajo un árbol. Cada una de sus zonas es muy diferente a las demás (probablemente sea el único lugar de Francia donde se pueda encontrar un jardín inglés y un jardín francés juntos), y está diseñado de forma que al doblar algunos recodos te encuentres con una imagen completamente distinta a la de la zona que acabas de abandonar. La ciencia y el arte van de la mano en el Jardin des Plantes.
Por cierto, hoy a mediodía han sonado las alarmas de ataque aéreo de la ciudad. No es que nos estuviesen invadiendo los suizos ni nada parecido, al parecer es tradicional hacerlas sonar el primer miércoles de cada mes a las doce para comprobar si siguen funcionando. Es algo muy pintoresco, sobre todo teniendo en cuenta que el último ataque aéreo sobre suelo francés tuvo lugar hace más de medio siglo. Si queréis bombardear una ciudad francesa, ya sabéis cuál es el día idóneo.
05 septiembre 2006
Montpellier 7: L’Espiguette
Otra tarde libre en la playa, y otra playa fabulosa que comentar, una totalmente diferente a la de Cap D’Agde. La playa de L’Espiguette es perfecta para la meditación zen, la arena y el mar se extienden hasta donde alcanza la vista: hacia el sur Mediterráneo abierto, hacia el este y el oeste más playa, y hacia el norte grandes dunas. No es fácil llegar hasta allí, lo que en realidad supone una ventaja, ya que gracias a su aislamiento la playa está prácticamente desierta y conserva todo su atractivo natural.
Me habían comentado que era un buen lugar para hacer senderismo, pero no lo recomiendo debido a la monotonía del paisaje. Visto lo visto me quité las chirucas y pasé una tarde playera de lo más convencional tomando el sol, bañándome mil veces y jugando al fútbol y al mechero. Ha hecho bastante calor, con lo que la decisión de pasar del senderismo ha sido tremendamente acertada.
Eso sí, debo confesar que hoy me he rendido al español. Sé que había jurado no hacerlo, pero ha sido la lengua que más he empleado en la playa. Y, por si el remordimiento autoinducido fuese poco, he sido objeto de constantes reproches de mis compañeras del curso avanzado por dejar de emplear el francés sin un motivo sólido. La policía lingüística no me da ni un momento de respiro.
Me habían comentado que era un buen lugar para hacer senderismo, pero no lo recomiendo debido a la monotonía del paisaje. Visto lo visto me quité las chirucas y pasé una tarde playera de lo más convencional tomando el sol, bañándome mil veces y jugando al fútbol y al mechero. Ha hecho bastante calor, con lo que la decisión de pasar del senderismo ha sido tremendamente acertada.
Eso sí, debo confesar que hoy me he rendido al español. Sé que había jurado no hacerlo, pero ha sido la lengua que más he empleado en la playa. Y, por si el remordimiento autoinducido fuese poco, he sido objeto de constantes reproches de mis compañeras del curso avanzado por dejar de emplear el francés sin un motivo sólido. La policía lingüística no me da ni un momento de respiro.
04 septiembre 2006
Montpellier 6: La Promenade du Peyrou
El Peyrou (creo que significa pedregal o algo así en occitano) es una especie de jardín monumental o monumento ajardinado, según como se mire. Fue creado a finales del siglo XVII para mayor gloria de Luis XIV, y representa a la perfección el concepto de grandeur: enormes espacios abiertos, simetrías perfectas y construcciones monumentales.
A la entrada del Peyrou encontramos la más representativa de estas construcciones, el Arco del Triunfo. Los montpellieranos están particularmente orgullosos de su arco, ya que tiene más de 300 años de antigüedad, es decir, casi el doble que el de París, y su orgullo occitano les lleva a intentar chinchar a los capitalinos siempre que tienen ocasión.
Por la parte de atrás del Peyrou encontramos otro monumento de estilo romano construido en esa misma época aunque mucho más impresionante, Les Arceaux. Se trata de un enorme acueducto hecho a imagen y semejanza del Pont du Gard (del cual hablaré en breve) y que efectivamente se utilizó para canalizar agua a la ciudad hasta hace 20 años. Actualmente no cumple ninguna función práctica, pero hace muy bonito.
La Promenade en sí no es demasiado destacable: árboles y flores, mucho sitio para hacer cosas, y una estatua ecuestre del Rey Sol en plan César. Lo bueno que tiene el sitio es que tanto espacio da pie a muchas actividades públicas improvisadas, con lo que se ha convertido en el centro neurálgico del perroflautismo local. Siempre hay gente practicando con los bongós o haciendo malabares, actividades en las que se puede participar sin mayor problema. Por mi parte, hoy he pasado un rato muy agradable aprendiendo a bailar las danzas regionales de Occitania a la luz de la luna. En general se trata de bailes en grupo muy sencillos y con ritmos bastante vivos, lo que garantiza que todo el mundo se anime y pase un buen rato, la torpeza o la vergüenza no son excusa para quedarse al margen. Os lo digo yo, que como muchos ya sabréis tengo dos pies izquierdos.
A la entrada del Peyrou encontramos la más representativa de estas construcciones, el Arco del Triunfo. Los montpellieranos están particularmente orgullosos de su arco, ya que tiene más de 300 años de antigüedad, es decir, casi el doble que el de París, y su orgullo occitano les lleva a intentar chinchar a los capitalinos siempre que tienen ocasión.
Por la parte de atrás del Peyrou encontramos otro monumento de estilo romano construido en esa misma época aunque mucho más impresionante, Les Arceaux. Se trata de un enorme acueducto hecho a imagen y semejanza del Pont du Gard (del cual hablaré en breve) y que efectivamente se utilizó para canalizar agua a la ciudad hasta hace 20 años. Actualmente no cumple ninguna función práctica, pero hace muy bonito.
La Promenade en sí no es demasiado destacable: árboles y flores, mucho sitio para hacer cosas, y una estatua ecuestre del Rey Sol en plan César. Lo bueno que tiene el sitio es que tanto espacio da pie a muchas actividades públicas improvisadas, con lo que se ha convertido en el centro neurálgico del perroflautismo local. Siempre hay gente practicando con los bongós o haciendo malabares, actividades en las que se puede participar sin mayor problema. Por mi parte, hoy he pasado un rato muy agradable aprendiendo a bailar las danzas regionales de Occitania a la luz de la luna. En general se trata de bailes en grupo muy sencillos y con ritmos bastante vivos, lo que garantiza que todo el mundo se anime y pase un buen rato, la torpeza o la vergüenza no son excusa para quedarse al margen. Os lo digo yo, que como muchos ya sabréis tengo dos pies izquierdos.
03 septiembre 2006
Sète
Una nueva escapada a una ciudad vecina, aunque en justicia he estado en tres y la que da título al post fue la visita de la tarde; ha tenido el honor de encabezar a las demás por ser la más grande e importante, pero las tres han estado muy bien. Procedo a describirlas en orden cronológico.
Tempranito por la mañana estuve por Pézenas, una localidad próxima a la costa y con un ambiente muy cálido. Sus calles recuerdan ineludiblemente a las de las aldeas gallegas, o al menos esa es la impresión que me quedó. A pesar de ser una localidad bastante pequeña tiene bastantes historias que contar: un castro prerromano, una fortificación romana sobre él, un castillo medieval sobre ella, y unas lamentables ruinas de todo ello tras convertirse en un foco de resistencia al poder real (los Borbones no se andaban con coñas). También es inevitable encontrar mil referencias a Molière, que vivió en Pézenas durante una temporada; mención especial a la barbería donde Molière se iba a arreglar las pelucas, que actualmente alberga la oficina de turismo local.
El mediodía se me fue volando en Cap d’Agde, una localidad costera con unas playas increíbles. Resulta que esa zona fue un foco de actividad volcánica hasta no hace mucho (en tiempo geológico, claro), y la playa en la que estuve era buena prueba de ello: una calita incrustada entre acantilados de roca volcánica, con arenas y guijarros de tonos negros y grises, y unas aguas de un azul marino espectacular. No había una sola nube en el cielo, el poco viento que soplaba lo bloqueaban los acantilados, y el agua estaba fresca pero no fría. Simplemente perfecto.
Por la tarde visité Sète, una pequeña ciudad a la que llaman la Venecia de Francia, y debo reconocer que con bastante razón. Se trata de una de las salidas al mar del Canal du Midi, una magna et vera obra de ingeniería que conecta en el Atlántico y el Mediterráneo a través de todo el sur de Francia. Sus calles están auténticamente volcadas sobre los canales y, aunque hay espacio para el tráfico rodado, las principales avenidas están dominadas por los cursos de agua. La ciudad va trepando por la única colina que hay en varios kilómetros a la redonda, y desde cuya cima se puede admirar una espléndida vista de la región. Como detalle folclórico cabe comentar la tradición local de la Justa, que es básicamente como un torneo medieval pero con marineros en vez de caballeros, con barcas de remos en vez de caballos, y con una gran falta de sangre y habilidad. Los competidores, que representan a los diferentes barrios de la localidad, le ponen muchas ganas, pero alguien les tiene que decir que el escudo va en el brazo derecho y que tienen que aprovechar el impulso de la barca en vez de arrearle de palos al oponente. Muy, ejem, pintoresco.
Tempranito por la mañana estuve por Pézenas, una localidad próxima a la costa y con un ambiente muy cálido. Sus calles recuerdan ineludiblemente a las de las aldeas gallegas, o al menos esa es la impresión que me quedó. A pesar de ser una localidad bastante pequeña tiene bastantes historias que contar: un castro prerromano, una fortificación romana sobre él, un castillo medieval sobre ella, y unas lamentables ruinas de todo ello tras convertirse en un foco de resistencia al poder real (los Borbones no se andaban con coñas). También es inevitable encontrar mil referencias a Molière, que vivió en Pézenas durante una temporada; mención especial a la barbería donde Molière se iba a arreglar las pelucas, que actualmente alberga la oficina de turismo local.
El mediodía se me fue volando en Cap d’Agde, una localidad costera con unas playas increíbles. Resulta que esa zona fue un foco de actividad volcánica hasta no hace mucho (en tiempo geológico, claro), y la playa en la que estuve era buena prueba de ello: una calita incrustada entre acantilados de roca volcánica, con arenas y guijarros de tonos negros y grises, y unas aguas de un azul marino espectacular. No había una sola nube en el cielo, el poco viento que soplaba lo bloqueaban los acantilados, y el agua estaba fresca pero no fría. Simplemente perfecto.
Por la tarde visité Sète, una pequeña ciudad a la que llaman la Venecia de Francia, y debo reconocer que con bastante razón. Se trata de una de las salidas al mar del Canal du Midi, una magna et vera obra de ingeniería que conecta en el Atlántico y el Mediterráneo a través de todo el sur de Francia. Sus calles están auténticamente volcadas sobre los canales y, aunque hay espacio para el tráfico rodado, las principales avenidas están dominadas por los cursos de agua. La ciudad va trepando por la única colina que hay en varios kilómetros a la redonda, y desde cuya cima se puede admirar una espléndida vista de la región. Como detalle folclórico cabe comentar la tradición local de la Justa, que es básicamente como un torneo medieval pero con marineros en vez de caballeros, con barcas de remos en vez de caballos, y con una gran falta de sangre y habilidad. Los competidores, que representan a los diferentes barrios de la localidad, le ponen muchas ganas, pero alguien les tiene que decir que el escudo va en el brazo derecho y que tienen que aprovechar el impulso de la barca en vez de arrearle de palos al oponente. Muy, ejem, pintoresco.
02 septiembre 2006
Montpellier 5: La cathédrale Saint-Pierre
Sé que no es lo habitual, pero hoy quiero hablar de una iglesia. Que nadie se asuste, no he entrado, pero lo que he visto por fuera y lo que me han contado de ella dan para un post entero.
A primera vista, Saint-Pierre parece una catedral gótica como otra cualquiera, con sus correspondientes dependencias obispales anexas. Error, dichas dependencias fueron expropiadas a la Iglesia durante la Revolución y ahora albergan la facultad de medicina. El edificio de la facultad es grande pero no llama la atención, así que pasamos a la catedral en sí.
No cabe duda de que es gótica, los arcos apuntados son bien visibles, pero le falta la luminosidad, las vidrieras, ese alzarse al cielo. Saint-Pierre es sólida, está pensada para resistir. Es una auténtica fortificación, y de hecho fue empleada como tal en muchas ocasiones, especialmente en las guerras de religión francesas. Es el momento de comentar la cuestión religiosa en Montpellier.
Originariamente la región era católica, parte del Camino de Santiago y todo eso, pero con la llegada de la Reforma en el siglo XVI se convirtió en uno de los focos más activos del calvinismo en Francia. Supongo que sería como reacción propia de una región periférica contra el poder central de París, que apenas llevaba medio siglo controlando Francia entera. Tras medio siglo de guerras no se produjo un resultado claro, y en la actualidad la mitad de la población de la zona es católica y la otra mitad es reformista. Por supuesto, la catedral es y siempre ha sido católica.
Durante las guerras de religión, cada vez que las tropas del rey estaban lejos los católicos se veían obligados a refugiarse en la catedral para que no los masacrasen, y los calvinistas establecían sus posiciones en la parte alta de la ciudad (extrañamente, la catedral está al pie de la colina). Aún hoy se pueden ver los agujeros que dejaron los muchísimos tiros de mosquete que se dispararon contra las saeteras de las torres, y se percibe la diferencia de color de la piedra de la que fue abatida a cañonazos. Las paredes de Saint-Pierre cuentan una historia de sangre y odio, religión y política, que no puede dejar indiferente a nadie.
Hay otro aspecto de la catedral que me ha llamado poderosamente la atención, las gárgolas. Así como en otras catedrales son meros pedazos de piedra gastada que sirven para canalizar las aguas, las gárgolas de Saint-Pierre tienen la apariencia monstruosa deseada en este tipo de piezas. Supongo que se deberá a que en esta región llueve poco y la erosión no ha hecho mella en ellas. Sea como sea, merece la pena mirar hacia arriba y pararse a admirarlas.
A primera vista, Saint-Pierre parece una catedral gótica como otra cualquiera, con sus correspondientes dependencias obispales anexas. Error, dichas dependencias fueron expropiadas a la Iglesia durante la Revolución y ahora albergan la facultad de medicina. El edificio de la facultad es grande pero no llama la atención, así que pasamos a la catedral en sí.
No cabe duda de que es gótica, los arcos apuntados son bien visibles, pero le falta la luminosidad, las vidrieras, ese alzarse al cielo. Saint-Pierre es sólida, está pensada para resistir. Es una auténtica fortificación, y de hecho fue empleada como tal en muchas ocasiones, especialmente en las guerras de religión francesas. Es el momento de comentar la cuestión religiosa en Montpellier.
Originariamente la región era católica, parte del Camino de Santiago y todo eso, pero con la llegada de la Reforma en el siglo XVI se convirtió en uno de los focos más activos del calvinismo en Francia. Supongo que sería como reacción propia de una región periférica contra el poder central de París, que apenas llevaba medio siglo controlando Francia entera. Tras medio siglo de guerras no se produjo un resultado claro, y en la actualidad la mitad de la población de la zona es católica y la otra mitad es reformista. Por supuesto, la catedral es y siempre ha sido católica.
Durante las guerras de religión, cada vez que las tropas del rey estaban lejos los católicos se veían obligados a refugiarse en la catedral para que no los masacrasen, y los calvinistas establecían sus posiciones en la parte alta de la ciudad (extrañamente, la catedral está al pie de la colina). Aún hoy se pueden ver los agujeros que dejaron los muchísimos tiros de mosquete que se dispararon contra las saeteras de las torres, y se percibe la diferencia de color de la piedra de la que fue abatida a cañonazos. Las paredes de Saint-Pierre cuentan una historia de sangre y odio, religión y política, que no puede dejar indiferente a nadie.
Hay otro aspecto de la catedral que me ha llamado poderosamente la atención, las gárgolas. Así como en otras catedrales son meros pedazos de piedra gastada que sirven para canalizar las aguas, las gárgolas de Saint-Pierre tienen la apariencia monstruosa deseada en este tipo de piezas. Supongo que se deberá a que en esta región llueve poco y la erosión no ha hecho mella en ellas. Sea como sea, merece la pena mirar hacia arriba y pararse a admirarlas.
01 septiembre 2006
Montpellier 4: Le Quartier Arabe
En realidad esta zona no es nada turística. De hecho, habrá mucha gente que afirme que lo recomendable es no visitarla. ¿Por qué hago un comentario sobre el barrio? Porque paso por allí a diario de camino a cualquier otro sitio. Y porque a mí sí que me gusta.
La verdad es que el barrio árabe está bastante mal. Se trata de una zona muy deprimida, de edificios antiguos sin arreglar, con unas calles bastante sucias y de tráfico caótico. A primera vista causa una mala impresión, pero si se le da una oportunidad acaba revelando sus encantos.
Por las mañanas tiene una apariencia muy fresca. Las tiendas no se limitan al espacio que les ofrece el local, y los productos invaden las calles. Me gustan especialmente los puestos de fruta, que mezclan lo tradicional con lo exótico y le dan un estupendo toque de color a un barrio bastante gris. Las pescaderías están inmaculadas, y no sale ninguna clase de olor de la mercancía, lo que es muy de agradecer tanto como paseante como como consumidor. Y las panaderías ofrecen dulces orientales que no se pueden encontrar en las más tradicionales, más francesas, que hay en el centro.
Cuando mejor se está es por las tardes. Los puestos de venta le dan el relevo de las aceras a las sillas y las mesas de los bares, entre los que abundan las teterías. También hay muchísimos restaurantes de diversos países musulmanes (Argelia, Turquía, Mali, el Líbano, erm... Italia...), y cuando las cocinas están a pleno rendimiento se produce una fabulosa conjunción de olores a especias y delicias mil. También es la hora en la que el tráfico se vuelve suicida, pero bueno, forma parte del momento y hay que aceptarlo.
Por las noches es todo bastante diferente. La verdad es que la oscuridad lo transforma en un barrio marginal más, todo lo que le da su encanto se bate en retirada para que los jóvenes tomen las calles. Y, curiosamente, los rapaces locales no han optado por el hip hop ni por la tradición islámica: por extraño que parezca, el barrio árabe es feudo de los clásicos malotes, que van calle arriba calle abajo con sus Vespinos de tubo recortado montando escándalo y molestando a mujeres y ancianos. No sé si será que tengo un aspecto siniestro y les doy miedo, o que estoy imbuido del poder de Friti Frey y temen que les suelte un remazo, el caso es que a lo más que han llegado es a pedirme dinero y largarse al ver mi mirada Wargrave, y ahora ejerzo de escolta semioficial de las compañeras que viven en la zona.
Por cierto, hoy he encontrado un local donde ponen música decente. Se llama Kill Beer, y además de rock y metal tienen cerveza buena a precios razonables y decoración tarantinesca. Está en el centro, no en el barrio árabe, y lo he encontrado gracias al método infalible de preguntar al chaval que iba por la calle con una camiseta de Cradle of Filth. Doy fe, el buenrollismo del metal se extiende a todos los países.
La verdad es que el barrio árabe está bastante mal. Se trata de una zona muy deprimida, de edificios antiguos sin arreglar, con unas calles bastante sucias y de tráfico caótico. A primera vista causa una mala impresión, pero si se le da una oportunidad acaba revelando sus encantos.
Por las mañanas tiene una apariencia muy fresca. Las tiendas no se limitan al espacio que les ofrece el local, y los productos invaden las calles. Me gustan especialmente los puestos de fruta, que mezclan lo tradicional con lo exótico y le dan un estupendo toque de color a un barrio bastante gris. Las pescaderías están inmaculadas, y no sale ninguna clase de olor de la mercancía, lo que es muy de agradecer tanto como paseante como como consumidor. Y las panaderías ofrecen dulces orientales que no se pueden encontrar en las más tradicionales, más francesas, que hay en el centro.
Cuando mejor se está es por las tardes. Los puestos de venta le dan el relevo de las aceras a las sillas y las mesas de los bares, entre los que abundan las teterías. También hay muchísimos restaurantes de diversos países musulmanes (Argelia, Turquía, Mali, el Líbano, erm... Italia...), y cuando las cocinas están a pleno rendimiento se produce una fabulosa conjunción de olores a especias y delicias mil. También es la hora en la que el tráfico se vuelve suicida, pero bueno, forma parte del momento y hay que aceptarlo.
Por las noches es todo bastante diferente. La verdad es que la oscuridad lo transforma en un barrio marginal más, todo lo que le da su encanto se bate en retirada para que los jóvenes tomen las calles. Y, curiosamente, los rapaces locales no han optado por el hip hop ni por la tradición islámica: por extraño que parezca, el barrio árabe es feudo de los clásicos malotes, que van calle arriba calle abajo con sus Vespinos de tubo recortado montando escándalo y molestando a mujeres y ancianos. No sé si será que tengo un aspecto siniestro y les doy miedo, o que estoy imbuido del poder de Friti Frey y temen que les suelte un remazo, el caso es que a lo más que han llegado es a pedirme dinero y largarse al ver mi mirada Wargrave, y ahora ejerzo de escolta semioficial de las compañeras que viven en la zona.
Por cierto, hoy he encontrado un local donde ponen música decente. Se llama Kill Beer, y además de rock y metal tienen cerveza buena a precios razonables y decoración tarantinesca. Está en el centro, no en el barrio árabe, y lo he encontrado gracias al método infalible de preguntar al chaval que iba por la calle con una camiseta de Cradle of Filth. Doy fe, el buenrollismo del metal se extiende a todos los países.