11 septiembre 2006

Montpellier 11: Le Jardin du Champ de Mars

Para mí es obligado comenzar este post haciendo una referencia a la traducción del nombre de este parque, o más bien del del parque homónimo de París. Hay algo que está claro, y es que la traducción canónica del Campo de Marte hay que conservarla precisamente por ser canónica, pero... ¿es que los traductores que impusieron esta versión no se dieron cuenta de que en París hay un Champ de Mai?

En cualquier caso, el Campo de Marzo montpellierano no tiene nada que ver con el parisino. Para empezar es mucho más pequeño, y para seguir es mucho más acogedor. Cuando hablé del Jardin des Plantes me maravillaba de sus posibilidades lúdicas, pero hoy me ha quedado claro que los padres locales prefieren llevar a las bestezuelas al Champ de Mars. Este parque está lleno de contradicciones que lo hacen a la vez atractivo y desdeñable, y una de ellas son sus estupendas extensiones de césped plagadas de carteles que prohíben pisarlo. Claramente, todo el mundo hace caso omiso, e incluso los animadores del ayuntamiento se dedican a montar gymkanas sobre él, pero siempre queda la duda de si vendrán los gendarmes a arrestarte por gamberro (al parecer se toman lo del césped muy en serio). Otra son los columpios y demás mobiliario para uso infantil (y botellonil), que dan la impresión de ser auténticas trampas mortales, lo que por otra parte los equipara a los auténticos columpios de mi infancia. ¿Qué interés tiene un parque infantil si no corres el riesgo de partirte la crisma en él?

Además de niños hay muchos jovencitos, probablemente procedentes de la residencia universitaria vecina. Aportan el punto tirado-curda y el toque minifalda-veranito que debe tener todo espacio lúdico para estar completo. Por cierto, a los muy frikis os encantará el nombre de la residencia universitaria: el Corum.

Para concluir, comentar que en el Champ du Mars hay un gigantesco petancódromo al aire libre, con capacidad para una docena de partidas simultáneas. Es un entretenimiento tremendamente popular por estos andurriales, tanto que hasta los punkarras de enhiestas crestas se echan una partidita de vez en cuando, demostrando que la tradición y la anarkía son perfectamente compatibles.